Tradicionalmente es de común aceptación que el liderazgo en la vida pública conlleva como atributos imprescindibles tener siempre claro qué se debe hacer, jamás reconocer un error y derivar hacia los demás las responsabilidades por lo que se ha hecho mal. Sin embargo, las sociedades democráticas más consolidadas comienzan a valorar sobremanera otros signos de lucidez y eficacia en sus referentes políticos: el admitir una equivocación, pedir disculpas por la mala conducta, o rectificar un criterio o una decisión mejorable.

El PSOE gobernó la crisis vigente entre los años 2008 y 2011, las cosas no se hicieron bien y los ciudadanos ofrecieron mayoritariamente su confianza a otro partido en las elecciones generales celebradas hace poco más de un año. No sería razonable que los socialistas siguieran encadenados a las políticas que condujeron a aquel fracaso, y de hecho los programas y las resoluciones del PSOE ya apuntan en una dirección bien distinta. Tampoco resulta aceptable que el actual Gobierno pretenda hacer uso permanente del argumento de los errores pasados, para negar toda legitimidad al primer partido de la oposición en su capacidad de propuesta. Y la alternativa del perdón constante parece tan absurda como estéril.

Ejercer el derecho a la rectificación parece, pues, lo más inteligente y lo más útil, para el PSOE, para los ciudadanos a los que representa, y para la sociedad española en general. Eso no obsta para que los socialistas compartan un juicio globalmente positivo de su paso por los Gobiernos de España. Los mayores avances que ha experimentado este país en términos de equidad y modernización llevan la innegable firma socialista. Y no puede aceptarse una descalificación generalizada sobre la gestión de los equipos de Zapatero entre 2004 y 2011. Se hicieron muchas cosas de las que socialistas y españoles en general debemos sentirnos satisfechos.

¿Qué rectificaciones son pertinentes? Algunas de carácter estratégico y ya reconocidas, como la famosa burbuja inmobiliaria. El PSOE en el Gobierno pudo hacer más por evitar la fatal deriva especulativa en el mercado de suelo y vivienda. Otras, también de calado, aún están en parte pendientes: como la priorización del objetivo del déficit, hasta el punto de perpetrar una reforma constitucional que no figurará en los anales de las grandes realizaciones socialistas; y como la promoción de una cultura fiscal de orientación más que dudosa, basada en aquel eslogan de “bajar los impuestos también es de izquierdas”, que muchos quisiéramos no haber escuchado jamás.

Otras rectificaciones importantes tienen que ver con la gestión de los desahucios, tal y como expresó Rubalcaba en el Debate. Es cierto que cuando gobernaba el PSOE este drama que hoy conocemos aún no había eclosionado, pero podía haberse previsto su evolución. Y de igual manera podría hablarse de la reforma de la legislación sanitaria para evitar la privatización de hospitales públicos, o la garantía imprecisa en el desarrollo de aquella ley de atención a las personas dependientes, de cuya promulgación sí pueden sentirse orgullosos todos los socialistas.

A partir de la rectificación resulta mucho más creíble la renovación de los proyectos políticos. El proyecto socialista en revisión va a perseverar en gran parte de sus políticas, porque se han demostrado beneficiosas para el interés general, conforme a los valores de progreso. Pero el proyecto socialista va a corregir algunas de sus políticas, porque la experiencia propia y también la experiencia ajena nos conminan a hacerlo.

Por ejemplo, hoy sabemos que la estrategia de priorizar el crecimiento sobre el control del déficit contribuye a reactivar la economía y crear empleo. Lo ha demostrado la Administración Obama en Estados Unidos. Antes comulgamos un tanto con la ortodoxia austericida, porque parecía no haber alternativa posible, y porque nos convencimos de que el más mínimo desmarque podría costarle muy caro al país en la financiación diaria de su deuda. Hoy tenemos conciencia plena de que el austericidio mata cualquier posibilidad de salida de la crisis. Lo sabemos nosotros, lo saben los franceses y lo saben quienes pueden gobernar muy pronto en Italia. Y tenemos la referencia norteamericana. Cabe la rectificación. Es viable, es honesta. Y es necesaria.

Desde luego, resulta mucho más interesante rectificar el error que perseverar en su ejercicio. Y esto es precisamente lo que ha anunciado Rajoy a los españoles en el mencionado Debate sobre el Estado de la Nación. Jactancia sin fundamento porque “ahora hay futuro y antes no lo había”. Complacencia porque “España ya tiene la cabeza fuera del agua”, cuando se ahogan cada día parados y desahuciados. Y perseverancia en una “segunda oleada de reformas” que, a juzgar por los resultados de la “primera”, puede llevarnos a más recesión, más desempleo y más pobreza. Algo de rectificación le vendría bien al Gobierno.

El portavoz socialista ganó el debate, porque sus análisis estaban más pegados a la realidad, y porque sus propuestas fueron solventes. Y también ganó porque fue valiente al ejercer su derecho a rectificar.