En mi opinión hay dos cuestiones que por su gravedad son las más trascendentes desde la perspectiva colectiva: la crisis y el desempleo generado por ella y por otro lado los numerosos y graves casos de presuntas corrupciones que se están conociendo en diferentes lugares de la geografía del Estado. Ante ambos hechos, la sociedad civil parece resignada a tener que soportar las consecuencias de los desmanes que ella no ha cometido sin que se atisben acciones exigiendo asunción de responsabilidades.

Trataré de explicarme:

– La crisis. Numerosos expertos han realizado exposiciones muy completas sobre el origen y causas de la crisis global que hoy padecemos ; su origen en el sector bancario con actuaciones especulativas en el marco de un desarrollo no sostenible parece demostrado, la evaporación de grandes sumas de dinero hacia paraísos fiscales parece cierta, las enormes y repugnantes indemnizaciones a los altos ejecutivos han sido la norma y el rescate con dinero público de los enormes agujeros creados en las entidades bancarias y grandes empresas ha sido la solución que han conseguido quienes crearon la crisis. Los grandes empresarios que en los años de bonanza acumularon enormes beneficios (no empleados en muchos casos para acometer procesos de modernización) exigen ahora como respuesta a la crisis una reforma laboral, que al margen de adornos, pretende realmente facilitar el despido y aumentar la precariedad laboral y ponen en tela de juicio cualquier medida que pretenda paliar la gravísima situación de los desempleados.

Ante tal panorama, parece lógico pensar, debería producirse una respuesta social contundente exigiendo responsabilidades y reclamando medidas que garanticen la cohesión social; sin embargo esa reacción no se produce. Las organizaciones sindicales denuncian la situación pero no parecen tener capacidad suficiente para conseguir grandes movilizaciones, las organizaciones políticas de la izquierda no parecen ser capaces de aportar ideas que ilusionen a la ciudadanía y posibiliten otro tipo de sociedad y la juventud que representa el futuro, siendo uno de los segmentos más castigado por la crisis, no parece encontrar el camino para hacer visible su enorme capacidad potencial de reivindicación y lucha. Podríamos convenir que la sociedad se resigna y permite una vez más el expolio por parte de los de siempre que saldrán además fortalecidos tras la crisis.

– La corrupción. Su intrínseca nocividad es mayor aún cuando al parecer se fomenta y produce desde responsables políticos que ostentan cargos públicos; esas prácticas debilitan gravemente la fortaleza de nuestra democracia, aumenta el ya importante desprestigio de la clase política y si no se asumen responsabilidades políticas transmiten una sensación de impunidad y privilegio que socava la esencia misma del Estado de Derecho. Se hace imprescindible que ante los casos denunciados de presunta corrupción, la Justicia actúe con celeridad y eficacia, garantizando la seguridad jurídica de los imputados pero evitando también cualquier actuación de la que pudiese interpretarse algún trato de favor hacia alguno de ellos. Las organizaciones políticas tienen que asumir responsabilidades cuando las denuncias o actuaciones judiciales muestren indicios racionales de actuaciones irregulares o presuntamente delictivas.

Parece evidente que dentro de los graves casos de corrupción que hoy están siendo investigados, el “caso Gürtel” es el más significativo tanto por su extensión territorial en el conjunto del Estado como por el número muy elevado de imputados. Este caso nos muestra una serie de hechos que se distancian totalmente de las consideraciones anteriormente expuestas; con todo respeto al TSJ de la Comunidad Valenciana, el archivo del llamado “caso Camps” no parece contar con el beneplácito de una mayoría de la sociedad y el comportamiento esperpéntico del Partido Popular le aleja de manera preocupante del exigible a un partido democrático. El espectáculo ofrecido con el cese versus dimisión del Sr. Costa sonroja a cualquier persona.

La sociedad civil no puede cruzarse de brazos ante estos hechos y mucho menos seguir otorgando la confianza con sus votos a comportamientos políticos tan execrables. En mi opinión no estamos en el mejor momento de nuestra democracia pero la sociedad española ha sabido superar situaciones más difíciles; su reacción se hace necesaria exigiendo a los poderes del Estado actúen de manera contundente contra los casos de corrupción, a los partidos políticos corten de raíz prácticas de esa naturaleza y lógicamente negando a los corruptos su apoyo en los procesos electorales.

Una sociedad fuertemente cohesionada, sin grandes desigualdades sociales sin exclusiones de ningún tipo es la que mejor futuro garantiza a las generaciones venideras. Hoy ello está en peligro y por tanto no es momento para la pasividad y el desencanto. Es necesaria la movilización cívica de la sociedad. La esperanza se hace obligatoria.