Quienes lo queremos bien y deseamos que el Gobierno socialista siga al frente, no por cuestión partidista, sino por convicción profunda, nos sentimos hondamente preocupados porque no sabemos si el Presidente tiene todavía la capacidad de escuchar o “el efecto Moncloa” (que absorbe enormes horas de trabajo y aísla prematuramente) sobrevuela por sus hombros.
En primer lugar, es evidente y “vox populi” que la política de comunicación del gobierno es “manifiestamente mejorable” (término políticamente correcto). Tiene una capacidad increíble para dar las malas noticias aún antes de que se produzcan creando alarma social innecesaria (véase temas de impuestos o ahora las pensiones). Y, en cambio, la sociedad española sigue desconocedora de los grandes beneficios sociales que durante estas legislaturas se han puesto en marcha (desde la dependencia hasta las becas de estudio o las ayudas). El Plan E ha levantado pueblos y municipios con una increíble inversión de obra pública; pero los municipios y Comunidades gobernadas por el PP pervierten el objetivo de este plan (se utiliza para gasto corriente, se oculta que es del gobierno, se “salta” la norma de crear empleo).
En segundo lugar, muchos analistas advierten a Zapatero del “presidencialismo” que impone en su gobierno. ¿Dónde están y quiénes son los ministros?, nos preguntamos en más de una ocasión. Personas de una extraordinaria valía que quedan diluidos por la omnipresencia de José Luis para lo bueno y para lo malo. Parece que ya no existen los “ministros políticos”, de la batalla mediática, de los debates parlamentarios (y eso que tiene entre sus filas “políticos de raza” que parece que juegan de suplentes); su apuesta siempre fue más de “técnicos” brillantes pero principiantes en el ejercicio político.
En tercer lugar, Zapatero no es responsable de la crisis económica, pero la evidente sensación es de “desconcierto” en su salida. No es una situación fácil, pero si requiere medidas impopulares, antes debe explicarlas. Los partidos políticos no funcionan igual (aunque exista una fuerte jerarquía orgánica). La militancia del PP es absolutamente disciplinada, dispuesta a tragar “con ruedas de molino”, incapaces de recoger firmas para expedientar a un personaje como Don Carlos Fabra (por poner de ejemplo), o criticar los insultos de Esperanza, o pedir responsabilidades sobre los “privilegios” del tesorero Bárcenas. Pero la militancia del PSOE tiene que entender para defender: y más en cuestiones de derechos básicos como la edad de la jubilación o las pensiones. Aquí, en nuestra casa, no sirve dar el mensaje y luego buscar cómo explicarlo. Y eso que Zapatero no debe tener ninguna queja de hasta dónde llega la lealtad de sus compañeros. Pero, mire usted, la mayoría aún estamos bloqueados o anonadados esperando ver cuál es la siguiente reacción del Presidente.
Me sumo a la reflexión y la advertencia por una razón fundamental que me parece peligrosa: el PP está frotándose las manos pensando que dentro de poco llegarán al poder. Algo de absoluta normalidad democrática si no fuera porque el PP no ha hecho sus deberes previos para gobernar España.
Rajoy sigue siendo un líder del pasado, de anteriores gobiernos, arrastrando penas y pecados. Desaparecido la mayor parte del tiempo porque sus apariciones desgastan la opción del partido (¡menudo líder!). Incapaz de haber solucionado los mayores temas de corrupción que se han vivido nunca: ¿qué pasará con Jaime Matas? ¿Por qué sigue protegiendo al tesorero? ¿Qué ocurrirá con Camps cuando se conozca finalmente el sumario? Y el broche estrella lo pone la Presidenta de la Comunidad de Madrid que me deja sin palabras y que lo único “dulce” que hay en su vida son las mordaces críticas de Wyoming.
El problema de estos casos de corrupción es que no son aislados sino que responde a una época concreta y una forma concreta de gobernar. Los años felices, los nuevos ricos, el urbanismo salvaje, los endeudamientos enloquecidos, las amistades peligrosas responden al modelo económico de “todo por el urbanismo” que el PP puso en marcha. Y cada vez que abren la boca es para reivindicar aquella época que hoy trae estos lodazales. ¿Con qué política económica piensa actuar Rajoy?
Un líder que no sabe, no contesta. Juegan al Pacto Educativo pero en sus Comunidades ponen el pie asfixiando a padres, profesores, directores, alumnos, desmantelando toda posible participación o lógica de la educación (véase Madrid o Valencia). Defienden las nucleares pero luego, de forma oportunista y demagógica, se enzarzan en su contra. Se ponen a pescar votos con peligrosos debates sobre la inmigración que, en lugar de llamar a la tranquilidad y al sentido común, procuran exacerbar sentimientos y nacionalidades. Y, aunque no venga a cuento, hablaremos de la Pena de Muerte, con carácter “revisable” (¿otro juego de palabras?). Las Comunidades donde gobiernan son un claro ejemplo de cuál es la política del PP. Véase Valencia, por ejemplo: en el furgón de cola de los derechos básicos (educación, sanidad, dependencia); con una deuda galopante; con una quiebra técnica de la Generalidad que impide pagar a empresas, personas, ayuntamientos, nóminas o las simples becas de comedor de los colegios; con oscurantismo, soberbia, prepotencia e irregularidades; en el barro del caso Gürtel; con casos de corrupción por culpa del urbanismo destapándose en multitud de municipios; y con un Presidente más noqueado que un boxeador en un combate. Entre Esperanza con su estilo malévolo de entender la vida y la política, y el fraude que ha supuesto Camps, Rajoy se mueve en la incertidumbre esperando que el temporal escampe.
La demagogia, la simpleza, el oportunismo, la negación, la deslealtad se han convertido en línea de trabajo del principal partido de la oposición, cuyo único objetivo a corto plazo es esperar agazapados a ver si Zapatero tropieza una vez más.
¡Presidente, reacciona!