Diversos elementos de la evolución experimentada desde el año 2004 apuntaban hacia un giro político progresista que finalmente no se ha producido. ¿Por qué? Esa es la gran cuestión que debiera estar debatiéndose de manera positiva y rigurosa en todos los partidos progresistas europeos que han visto frustradas sus expectativas y que no han sabido conectar con las corrientes de cambio que se están registrando prácticamente en todas las sociedades europeas. ¿Estamos ante un divorcio entre las tendencias sociológicas de base y las traducciones político-electorales? ¿Cómo se explica que en un momento en el que las poblaciones europeas se inclinan hacia posiciones de izquierda, la derecha continúe ganando las elecciones, incluso con más fuerza y más escaños que antes? ¿Qué está fallando en los partidos socialdemócratas europeos? ¿Por qué no se ha llegado a articular un programa común claro y concreto que pudiera ser captado e identificado fácilmente por la opinión pública como la alternativa socialdemócrata a la crisis? ¿Por qué no se ha conformado y proyectado un liderazgo político socialdemócrata como alternativa viable y creíble en Europa? ¿Es posible que en estas circunstancias sea la propia derecha europea la que lidere la salida de la crisis, haciendo suyos algunos planteamientos keynesianos, pero con una lectura menos social y equilibrada?
No somos pocos los que hemos venido advirtiendo sobre estos riesgos, tendencias y posibilidades con suficiente antelación a las propias elecciones al Parlamento Europeo. Pero las cosas, lamentablemente, han discurrido por otros derroteros y al final se ha acabado produciendo un fracaso sonoro, que las actuales direcciones socialdemócratas harían bien en no minusvalorar, no dejándose llevar por la habitual práctica postelectoral de las lecturas auto-complacientes y las racionalizaciones justificativas. Creo sinceramente que en este caso el típico “aquí no ha pasado nada” y “todo esto es algo pasajero que no se repetirá en las generales”, en realidad a lo que puede conducir es a una repetición de los fiascos electorales en los próximos comicios de carácter interno, con todos los efectos negativos –e incluso polarizadores– que esto puede tener para la dinámica política de los países europeos.
Los retrocesos de los socialdemócratas y el paralelo avance de los conservadores –incluso la irrupción nuevamente de formaciones xenófobas y de extrema derecha en una coyuntura de crisis económica– son motivos más que suficientes como para preocuparse y emprender una reflexión de fondo sobre aquello que se está haciendo mal y todo lo que habría que hacer para lograr traducir en las urnas el potencial sociológico del voto progresista. No hacerlo ahora supondría una claudicación histórica imperdonable. Y desde luego supondría asumir que los líderes de la derecha son más inteligentes y son capaces de ganar tanto cuando el viento sopla a su favor, como cuando sopla en contra, o que lo que determina el éxito electoral es el “poder” y no las corrientes de opinión y la representación en las urnas. Lo cual implicaría que algo no funciona bien en las actuales formalizaciones democráticas y que, por lo tanto, los socialdemócratas tenemos que aportar también soluciones y alternativas en este campo. En cualquier caso, lo que queda claro es que hay mucho trabajo por delante.