Hace mucho tiempo que venimos advirtiendo que la construcción europea no era sólo económica, que por el camino nos habíamos dejado el alma de una Europa ciudadana, que no existía sentimiento de identidad europea, que fracasaba el proyecto político que diera solidez y cimientos a la casa común. No sólo el pegamento que nos unía era una moneda llamada euro: ¿acaso no debía haber algo más? Ése algo más que tan orgullosamente hemos defendido, que ha sido el motor de paz y progreso económico, social y cultural durante años, que constituye nuestra cultura europea se ha llamado Estado de Bienestar. No podemos comprender Europa sin unos derechos básicos, mínimos y universales que son los que han dado “razón de ser” a un proyecto que iba más allá de la suma de unas monedas.
¿Dónde estamos ahora? Nos hemos perdido en mitad de una crisis financiera, especulativa, voraz, sinvergüenza y egoísta que no ha generado el corazón de Europa sino el estómago de los especuladores.
Estamos ante un pulso entre el Mercado y la Política, entre los Estados y los especuladores, entre el “sálvese quien pueda” o el futuro de Europa. Porque, no nos equivoquemos, si este pulso lo ganan los mismos que crearon la crisis, imponiendo sus condiciones draconianas y burlescas, habremos sentenciado el fin de Europa.
Al inicio de la crisis actual, escuché una interesante conferencia del ex ministro Carlos Solchaga, quien decía que Europa se dejaría algunos jirones del Estado de Bienestar en la salida a esta crisis, que podrían recuperarse porque los derechos estaban asentados en su cultura social y política. Pero, cada día que pasa, pienso que aquella predicción era extremadamente optimista. Sinceramente creo que el pulso que estamos viviendo tiene consecuencias más drásticas, que incluso puede llevarse por delante la Europa que hemos defendido desde Keynes. Porque la amenaza no es sólo económica, quienes hablan en nombre del “mercado” como si fuera un ente extraterrestre con poderes sobrenaturales y cierta vocación teológica, que sobrepasa la razón y es una cuestión de fe, llevan al unísono un duro programa político y social de una revolución conservadora extrema.
Esta semana hemos vivido dos ataques que Europa (si aún existe) debe frenar de inmediato: el permiso “único” de inmigración y las valoraciones de la agencia Moody´s.
El permiso único de inmigración no es sólo una barbaridad en materia de xenofobia o discriminación, sino en el planteamiento de qué derechos laborales quedarán después para los trabajadores europeos. Al grito de: ¡es la única manera de no deslocalizar multinacionales! se exige deslocalizar a los trabajadores para que Europa se convierta en la receptora de mano de obra baratísima, en condiciones precarias, cercanas a la esclavitud. ¿Cómo ha podido llegar a plantearse una iniciativa así?
La segunda cuestión a reflexionar nos llega de la agencia Moody´s. ¿Qué autoridad tiene para poner en jaque a los Estados democráticos? ¿Y cuál es su grado de confianza y credibilidad? Se les exige a los gobiernos que muestren “confianza”, y la agencia que más errores ha podido cometer en las predicciones financieras y especulativas viene a dar instrucciones que rayan la injusticia, como es rebajar la sanidad y la educación.
¿De qué estamos hablando? ¿Qué locura se ha instalado para llegar al límite de poner en jaque a gobiernos democráticos arrastrando a la miseria a millones de ciudadanos europeos?
Pero para haber llegado a esta situación, ha habido una lluvia fina que ha ido calando durante años, permitiendo que algo podrido se instalara en Europa, en sus valores y cultura democrática, que ha sido el germen de la desafección ciudadana, que ha permitido a la corrupción campar a sus anchas. Y hoy mejor que nunca lo vemos simbolizado en un rostro que muestra cómo se puede atenazar, amordazar y degradar a la Democracia: Silvio Berlusconi.