Junto a esta pregunta, también muestran inquietud al conocer que esta organización mundial de partidos socialdemócratas, socialistas y laboristas, que agrupa a más de 160 partidos políticos y organizaciones de todos los continentes, haya tenido entre sus miembros, hasta su reciente expulsión, al Partido Nacional Democrático(NDP) de Mubarak y a Reagrupación Constitucional Democrática del ex presidente tunecino Ben Alí. Como todos sabemos, Tunez y Egipto eran dos ejemplos de sociedades democráticas cuyos partidos miembros de la Internacional cumplían escrupulosamente la Carta Ética de la Internacional Socialista, adoptada por el XXII Congreso de Sao Paulo, donde textualmente dice:

“Nosotros, los partidos miembros de la Internacional Socialista, reafirmamos nuestra total adhesión a los valores de igualdad, de libertad, justicia, solidaridad y paz que son el fundamento del socialismo democrático. Nos comprometemos solemnemente a respetar, defender y promover estos valores dentro del espíritu de las declaraciones fundamentales y de las campañas de la Internacional Socialista”.

Resulta asombroso, que una organización que ha sido presidida por Willy Brandt, Pierre Mauroy, o António Guterres entre otros, tuviera semejantes socios y se haya convertido en un club donde priman no se sabe que intereses. Hay que ser claros, de nada sirve que exista la Internacional Socialista, si su única labor es hacer documentos de trabajo y no tiene ni presencia ni influencia en el ámbito internacional, a pesar de tener el status consultivo en las Naciones Unidas o contar con un determinado número de partidos que están en el gobierno de sus países.

Hay que modificar sus estructuras para que deje de ser una organización que enlaza más con los partidos de notables del siglo XVIII en Inglaterra que con los partidos de masas que la han creado. Tiene que ser protagonista de las conquistas de derechos a nivel mundial y para ello tiene que copiar las estrategias de las grandes corporaciones internacionales en cuanto a implantación y resultados, y sobrepasar al ámbito territorial del Estado-nación. Lo que está en juego es nada menos que la creación de una sociedad democrática global.

Y en este punto, hay que desterrar el “buenismo” de creer que la libertad, la justicia y la paz pueden imponerse por decreto en un mundo carente de una igualdad básica, en el que millones de personas apenas cuentan con lo indispensable para sobrevivir mientras que unos cuantos privilegiados disfrutan de un nivel de vida inconcebible para la mayor parte de la población del Planeta.

Igual que las luchas obreras, en el siglo XIX y XX, consiguieron la introducción de medidas de bienestar y solidaridad, que posibilitaron a su vez la extensión de la democracia, la lucha por la abolición de la desigualdad en el mundo será el paso decisivo en el camino hacia una sociedad democrática global, si contamos con estructuras ágiles y fuertes en la esfera internacional.

La Internacional Socialista tiene el deber de jugar ese papel protagonista a la hora de conseguir lo que ella misma se autoimpone: “desarrollar políticas progresistas que favorezcan el bienestar de los individuos, la expansión económica, el comercio equitativo, la justicia social, la protección del medio ambiente, en el espíritu del desarrollo sostenible”.