“Te doy cinco minutos. Durante esos cinco minutos soy tuyo, pase lo que pase. No miro lo que haces. Ni tampoco llevo pistola. Sólo conduzco”.

Hace algunos años Alain Delon construía un personaje íntimo, veloz, despiadado, y con un claro código de conducta de la mano del genial Jean Pierre Melville. “Drive” se desafía al mismo juego. Sustituye azoteas por carreteras y pistolas por ruedas a punto de derrapar construyendo un entramado de personajes secundarios casi de cuento, como en las funciones de Propp (el antagonista, el auxiliar u objeto mágico, la princesa,) y una narración de thriller con varios puntos de giro y un desarrollo en espiral creciente. Todo un clásico moderno.

Nicolas Widing Refn, premio mejor director en el último festival de Cannes, “conduce” el filme con perfecta coordinación de todos los elementos del guión. A nivel visual sus planos nos recuerdan a De Palma o a Michael Mann, y su estética moderna a Tarantino. Por momentos más sombría como transposición de cada personaje y su lugar en el puzle, nos seduce con una fotografía de juegos y sombras, donde prevalece el color dorado dulzón, tan de moda por otro lado, pero que en este caso nos traslada a un espacio atemporal.

Los personajes se mueven por acciones, y los diálogos refuerzan esos hechos o aclaran la condición de cada personaje: hacen avanzar la acción. Cada gesto, cada movimiento tiene un porqué. Las miradas vuelven a ser importantes y a decir más de lo que muestran. Definitivamente esto no es Hollywood.

Pero si existe algo que defina esta película es su personaje principal. Quien conoce lo que es un Ronin puede entender perfectamente “Drive”. No hay más elementos para el protagonista que la verdad y la lealtad a uno mismo. Nada es tan necesario como salvaguardar el mundo y las personas que lo merecen, y el “sepukku” parece ser a veces el mejor camino para no caer en la deshonra. Sin entrar en ningún momento en juzgar o moralizar el director nos muestra “El silencio de un hombre” en uno de esos momentos que uno recuerda en el tiempo. Si el inicio es vertiginoso, el final es demoledor. Un film lírico, épico e inquietante como una espada en mitad del fuego, que se cuela en el cuerpo como agua salada en mitad del mar.

Larga vida al “Ronin”: el samurái errante ha vuelto.