En la educación nos jugamos el presente y el futuro. Y nuestro sistema institucional atribuye la gestión educativa a las comunidades autónomas. Por tanto, si hay un asunto que debería hoy estar colmando las propuestas de los candidatos y los titulares de la campaña, ese asunto debería ser la educación. La estrategia del PP pasa por intentar convertir las próximas elecciones en una suerte de falso plebiscito sobre la gestión del Gobierno de Zapatero, pero la candidata popular en Madrid ha sabido centrar sus escasas iniciativas en clave regional precisamente sobre el debate educativo.
A través de los medios afectos y desafectos, Esperanza Aguirre vuelve a entretener a la opinión pública con polémicas que eluden los problemas nucleares y con propuestas tan populistas como contraproducentes. Los auténticos desafíos a los que se enfrenta la educación en Madrid no se resuelven con bachilleratos de excelencia o con competiciones entre colegios. El fracaso escolar, el deterioro de la calidad de la enseñanza, la falta de atención a la diversidad, el retraso en la actualización tecnológica, la desmotivación creciente entre los profesionales, el aumento de la desigualdad en las oportunidades y en los resultados educativos, no se esfuman con las provocaciones dialécticas de la Presidenta. Siguen ahí y demandan solución.
Pero además de entretener sobre lo importante, estas medidas están equivocadas de raíz. Bajo conceptos legitimadores de amplia interpretación como el “esfuerzo” o la “excelencia”, muchas veces se esconden políticas que socavan gravemente los dos cimientos básicos del derecho a la educación que consagra la Constitución Española: la calidad y la equidad. El programa educativo de la derecha se resume en más liberalización, más competencia y más segregación. Sin embargo, la respuesta eficaz a aquellos problemas, desde los valores de la calidad y la equidad, requieren de un tridente bien distinto: más planificación, más recursos y más inclusión, en una apuesta decidida y central por la enseñanza pública.
La educación es la herramienta más importante de que dispone cualquier sociedad para asegurar su libertad, para avanzar en cohesión, para corregir desigualdades, para promover los mejores valores cívicos, y también para garantizar un modelo económico solvente, fundamentado en el conocimiento y la innovación. Las sociedades más avanzadas del planeta son las sociedades que más han apostado por una educación bien dotada, equitativa e inclusiva. Ese es el reto.
Pero ese reto no se gana supliendo recursos por efectismo y concibiendo el servicio educativo como un negocio más, en el que la enseñanza se compra y se vende al mejor postor. Los colegios no tienen que pelearse por los alumnos, sino esforzarse por ofrecer la mejor enseñanza. Y los bachilleres excelentes en matemáticas tienen que compartir aula con los bachilleres excelentes en civismo para que unos y otros se enriquezcan mutuamente en un ambiente tolerante e inclusivo. Segregar niños y niñas, excelentes y no excelentes, alumnos con recursos para pagar el complemento del concertado y alumnos sin recursos…, solo conduce a la desigualdad en la escuela y en la vida.
En las propuestas educativas no todos los programas son iguales. En el programa socialista se incluyen otras propuestas, como la universalización gratuita de la enseñanza de 0 a 3 años, y sobre todo, otros valores. Merece la pena estudiarlo y apoyarlo. Porque este es el debate que importa.