La educación se sitúa en el centro mismo de los grandes desafíos que tiene por delante la sociedad española. Cuando hablamos de la mejora de la “empleabilidad” de nuestros trabajadores para combatir el paro, estamos hablando de educación. Cuando planteamos un cambio en el modelo productivo para mejorar la competitividad de nuestra economía, estamos hablando de educación. Cuando pronosticamos que las nuevas oportunidades para el desarrollo económico, social y cultural se encuentran en la sociedad del conocimiento, estamos hablando de educación. Cuando reivindicamos una sociedad con valores positivos y avanzados en la libertad, la solidaridad, la igualdad de género, la interculturalidad, el ecologismo…, estamos hablando de educación. Y cuando reclamamos igualdad de oportunidades y equidad social, también estamos hablando de educación. Porque la educación implica mucho más que la mera transmisión de conocimientos o la formación para el empleo. Como dice Griñán, la educación es la principal política económica en nuestro tiempo.
La naturaleza de las palancas que promueven el desarrollo de una nación han ido variando a lo largo de la historia. Hubo un tiempo en que el poderío militar garantizaba la oportunidad de progreso. Más tarde fueron las materias primas, el petróleo, la capacidad industrial, la fortaleza financiera… El desarrollo de hoy y de mañana está fuertemente vinculado a la educación. Quien logre una educación avanzada, moderna, de calidad y equitativa, tendrá todas las papeletas para conquistar el futuro. Hay muchos ejemplos en el mundo. Finlandia es un paradigma clásico de una sociedad con población escasa, sin apenas materias primas, con una capacidad industrial limitada y que, sin embargo, ha logrado unos niveles de desarrollo envidiables, gracias a su apuesta por la educación y el conocimiento.
Para alcanzar un pacto educativo es preciso acordar un diagnóstico riguroso y objetivo de la situación de partida, para plantear a continuación unas metas plausibles de interés general. Aquí no caben los discursos catastrofistas ni los análisis complacientes. Ni la educación española es el desastre que algunos pretenden dibujar a partir de conclusiones sesgadas en informes de rigor variable, ni vivimos en el mejor de los mundos educativos posibles. Hay problemas, problemas graves: el fracaso y el abandono escolar, la escasez endémica de recursos, el desfase tecnológico entre una sociedad digital y una enseñanza analógica, la falta de motivación de parte del profesorado, la escasa implicación familiar, el divorcio entre la oferta de formación profesional y las necesidades del mercado laboral, la compleja adaptación de la universidad española al espacio europeo de enseñanza superior…. Y también la falta de una legislación estable y de unas referencias estratégicas firmes y coherentes en una gestión educativa descentralizada.
Unos y otros enfatizarán quizás problemas distintos. La derecha insiste últimamente en la “pérdida de la cultura del esfuerzo, la disciplina y el respeto a la autoridad del profesor”. La izquierda subrayará el riesgo que suponen los procesos de privatización de la enseñanza para la igualdad de oportunidades. Unos y otros debatirán sobre el papel de la religión, aunque personalmente soy partidario de dejar la catequesis y el adoctrinamiento religioso para los templos. ¿Son planteamientos incompatibles? Creo que no.
Hay una necesidad objetiva y urgente para desarrollar un plan de impulso y de modernización para nuestra educación, movilizando las mejores ideas, recursos y voluntades. Y hay una necesidad objetiva y urgente para que este plan sea, por fin, un plan dialogado y acordado entre las fuerzas políticas mayoritarias y con la comunidad escolar, para que disponga de toda la legitimidad posible en su desarrollo y para que obtenga la garantía de su permanencia en el tiempo, gobiernen unos o gobiernen otros.