El pasado 5 de agosto se producía un derrumbe en la mina San José, propiedad de la empresa San Esteban. Treinta y tres mineros quedaban atrapados a setecientos metros de profundidad. Desde entonces se sucedieron tres planes de salvamento. Finalmente, el 9 de octubre, la máquina T-130 llegaba a la galería en que estaban los mineros atrapados y comenzaban las tareas para su evacuación.
Chile ha dado un gran ejemplo al mundo. Ante una situación crítica como la anteriormente apuntada, se ha crecido. Las divisiones han quedado a un lado, y la unidad ha sido la pieza clave para la consecución de un objetivo que estaba en la mente y el corazón no sólo de pueblo chileno, sino del mundo entero. Una unidad que ya también se puso de manifiesto poco después del terremoto que asoló al país en el pasado mes de febrero.
En un mundo en el que la noticia se come a la noticia, dentro de poco este acontecimiento dejará de ocupar la primera página de los periódicos y las portadas de los noticiarios. Sin embargo, el ejemplo dado por Chile siempre estará ahí, formará parte de nuestro imaginario colectivo.
No se descubre nada nuevo si se afirma que, ante las adversidades, el mejor remedio es la superación de los intereses individuales en aras del interés social. Todos estamos de acuerdo en esta afirmación. Y todos somos conscientes de los beneficios que se derivan. Y buena muestra de ello el ejemplo chileno.
¿Por qué en España no es así? No soy de los que piensan que el elemento cainita forma parte de nuestra genética. Al contrario, creo que hemos dado muestras más que sobradas a lo largo de nuestra historia de que juntos “podemos”. Y uno de los ejemplos más recientes es nuestra Transición política. Todos cedimos en lo que nos separaba para ganar algo mucho mayor en lo que nos unía. Gracias a ese esfuerzo, en el último tercio del siglo XX nos hemos aproximado a las naciones de Occidente, mejor aún, más que nunca somos Occidente. En un periodo muy corto de tiempo hemos asistido al desarrollo de una serie de procesos de cambio y modernización en los escenarios social, político, económico y cultural que en otros países occidentales se prolongaron durante más de un siglo.
¿Por qué en estos momentos de crisis no somos capaces de seguir el ejemplo de unidad que ha dado Chile? ¿Por qué en estos momentos de incertidumbre nos falta la voluntad que se tuvo a finales de los setenta y comienzos de los ochenta? Ciertamente faltan liderazgos políticos que, trascendiendo el interés partidista, sean capaces de ir más allá de los réditos electorales. Pero no creo que sea sólo cuestión de liderazgos políticos. Por encima de los liderazgos políticos están los liderazgos sociales, algo de lo que estamos necesitados. Sí, liderazgos sociales que, sustentados en sólidos compromisos éticos, ofrezcan en estos momentos un proyecto en el que todos nos veamos reflejados.
El rescate de los mineros chilenos no ha sido un espejismo. Ha sido una realidad fruto de la unidad. Tampoco fue un espejismo la Transición política española y las consecuencias que de ella se derivaron. En un momento en el que tras el paro y la crisis económica, la clase política aparece como el tercer gran problema para los españoles, estamos más necesitados que nunca de esa unidad. Sí, unidad para encarar los problemas de una sociedad, como la española, que está demandando soluciones.
La época que vivimos exige reformas profundas, y valentía para implementarlas. Pero también honradez para no hacer de estos sacrificios un arma arrojadiza por parte de los que ven los toros desde la barrera. No es aceptable que la actual crisis económica siga siendo utilizada de forma partidista. La sociedad española reclama unidad. Y el ejemplo de Chile ahí está, un ejemplo del que todos tendríamos que aprender.