Sin embargo, es preciso alertar que, a pesar del éxito del Protocolo de Montreal, la pérdida récord de ozono es un hecho, a pesar de que existe un acuerdo internacional gracias al cual se ha conseguido reducir enormemente la producción y el consumo de sustancias químicas que destruyen la capa de ozono. Debido a la larga vida atmosférica de esos compuestos pasarán varios decenios hasta que sus concentraciones vuelvan a alcanzar los niveles registrados antes de 1980, es decir, el objetivo acordado en el Protocolo de Montreal relativo a las sustancias que agotan la capa de ozono.

En este sentido, las observaciones realizadas en sobre el Ártico desde la Tierra y desde globos, así como desde satélites, muestran que la pérdida de la capa de ozono en esa región ha sido de un 40% aproximadamente desde el comienzo del invierno hasta finales de marzo de 2011. La mayor pérdida de ozono de la que se tenía conocimiento hasta el momento era de un 30% aproximadamente en todo el invierno.

La reducción de la capa de ozono, que protege la vida en la Tierra de niveles peligrosos de radiación ultravioleta, ha alcanzado un nivel sin precedentes en el Ártico en la primavera de 2011 debido a la constante presencia en la atmósfera de sustancias que agotan la capa de ozono y a las temperaturas sumamente frías de la estratosfera durante el invierno.

En la Antártida el agujero de la capa de ozono es un fenómeno recurrente cada invierno y cada primavera debido a las temperaturas extremadamente bajas de la estratosfera. En el Ártico las condiciones meteorológicas varían mucho más de un año a otro y las temperaturas son siempre más cálidas que en la Antártida. Por lo tanto, la pérdida de la capa de ozono apenas se hace sentir en algunos inviernos árticos, mientras que las frías temperaturas de la estratosfera en el Ártico que se prolongan más allá de la noche polar a veces pueden redundar en una pérdida sustancial de la capa de ozono.

El trabajo conjunto puesto en marcha por el Protocolo de Montreal (189 países lo han ratificado) ha dado sus frutos y actualmente puede verse como un símbolo de la cooperación internacional ante un riesgo planetario. También se ha logrado que el nivel de compuestos químicos que ocasionan la reducción del ozono empiece a decrecer en la parte baja de la atmósfera (troposfera) y ahora también en la estratosfera (donde se encuentra la capa de ozono).

Según las evaluaciones científicas publicadas por la Organización Meteorológica Mundial y por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), la capa de ozono en las latitudes medias -donde se encuentra España- debería haberse recuperado para 2049. Sin embargo, para las latitudes altas -donde se encuentra el agujero de la capa de ozono de la Antártida- habrá que esperar hasta 2065.

El papel del ozono en la estratosfera es muy beneficioso y fundamental para la vida en la Tierra porque filtra la radiación ultravioleta conocida como UV-B. Esta radiación causa daños a los organismos al ser absorbida por diversas moléculas, debido a los cambios físico-químicos que induce en las mismas, lo que es perjudicial para la piel y los ojos ya que se producen: quemaduras, cánceres, cataratas, debilitamiento del sistema inmunológico…

Desde 1973 se conocía la capacidad destructora del ozono de compuestos como los CFCs. Para intentar evitar esto, varios países prohibieron el uso de los CFCs en aerosoles durante la década de los 70; sin embargo, se encontraron nuevos usos para los CFCs (como agentes limpiadores en la industria electrónica, por ejemplo), y la producción aumentó mucho durante los años 80.

Es curioso que donde primero se notó el efecto de los compuestos destructores de la capa de ozono fuera justamente en la parte del mundo donde prácticamente no había ninguna emisión de los mismos. Allí, una combinación de procesos químicos, favorecidos por las bajísimas temperaturas, que posibilitan la formación de nubes estratosféricas polares, y del aislamiento de las masas de aire antárticas, favorecían una acumulación de cloro y bromo activos , en forma de moléculas de cloro y de otros compuestos como el ClOH, durante la noche polar. Al empezar la primavera austral en septiembre-octubre, la luz solar descompone estas moléculas, dando radicales cloro y bromo activos, que producen en pocos días la espectacular destrucción del ozono estratosférico sobre la Antártida, conocida como el agujero de ozono. Al avanzar la primavera, el agujero se cierra. Además de este fenómeno se observó una disminución de la cantidad global de ozono (del orden de un 3% cada década), y la aparición de pequeños agujeros en latitudes altas del hemisferio norte.

Los científicos tardaron menos de dos años en ofrecer pruebas claras de los mecanismos de destrucción del ozono antártico y del origen humano de este hecho. Las grandes multinacionales productoras de CFCs tardaron varios años más en reconocer la responsabilidad de sus productos y, cuando lo hicieron (después de gastar millones de dólares en intentar demostrar la inocencia de los CFCs), se convirtieron en las primeras defensoras de la capa de ozono (o así lo quisieron presentar). En realidad, lo que hicieron fue sustituir los CFCs por compuestos similares (HCFCs, HFCs), que destruyen la capa de ozono, aunque bastante menos que los CFCs en el caso de los primeros, y que son potentes gases de invernadero (ambos tipos de compuestos). Las multinacionales siguen apostando fuerte por estos compuestos y despreciando alternativas mucho mejores para el medio ambiente.

El Convenio de Viena para la Protección de la Capa de Ozono entró en vigor en 1985. Dos años después se firmó el Protocolo de Montreal para la reducción gradual de la producción y el consumo de sustancias que agotan la capa de ozono. El Protocolo de Montreal se reforzó en diversas ocasiones después de 1987. Este acuerdo preveía que la capa de ozono exterior a las regiones polares se recupere entre 2030 y 2040, alcanzando los niveles registrados antes de 1980, según se indica en la Evaluación científica OMM/PNUMA del agotamiento del ozono .Por el contrario, se prevé que el agujero de ozono observado en la primavera antártica persista hasta 2045-60, y que en la región ártica se recupere probablemente uno o dos decenios antes.

Las medidas de control y prohibición del uso de los compuestos destructores de la capa de ozono, que comenzaron en 1987 con el Protocolo de Montreal, y se fueron endureciendo en la década de los 90, en las sucesivas enmiendas al protocolo, evitando probablemente una destrucción masiva de la capa de ozono, con los consiguientes daños a personas y seres vivos en general. Aún asi , es preciso indicar que los gases carbonados como los CFCs y HCFCs son a la vez destructores de la capa de ozono y causantes del efecto invernadero. Sus concentraciones están incrementándose más lentamente, incluso en algunos casos, decreciendo, como consecuencia de los acuerdos de Montreal de 1998. Sin embargo, los gases que se emplean para sustituirlos (hidrofluorocarbonos HFC, perfluorocarbonos PFC y hexacloruro de azufre SF6) están incrementando sus concentraciones y son potentes gases de efecto invernadero.

Hoy en día, las pérdidas de ozono en la Antártida alcanzan hasta un 50% como media mensual, y en las latitudes medias la capa de ozono ha perdido el 3% de su ozono (Hemisferio Norte) y hasta el 6% (Hemisferio Sur), con episodios de fuertes pérdidas en la primavera.

Como decía en párrafos anteriores. El grado de destrucción de la capa de ozono en el Ártico en 2011 no tiene precedentes. Si no se hubiese concertado el Protocolo de Montreal, muy probablemente la destrucción de la capa de ozono este año habría sido considerablemente más grave. La lenta recuperación de la capa de ozono se debe a que las sustancias que agotan la capa de ozono permanecen en la atmósfera durante varios decenios. En las regiones polares la disminución de los gases que agotan la capa de ozono ha sido tan solo de un 10% del nivel necesario para volver a alcanzar los niveles de referencia de 1980.

El aumento de los gases de efecto invernadero da lugar a temperaturas más altas en la superficie de la Tierra pero los modelos muestran que, al mismo tiempo, la estratosfera se enfriará. Por ello, los científicos especializados en la capa de ozono han previsto que en la estratosfera ártica pueda producirse una pérdida significativa de ozono. Si persisten las bajas temperaturas en primavera, es decir, cuando vuelve a salir el sol después de la noche polar, se acelera la destrucción de la capa de ozono. En la Antártida esas condiciones prevalecen cada invierno y primavera, mientras que en el Ártico la variabilidad de un año a otro es mucho mayor. Por consiguiente, la amplia pérdida de la capa de ozono no es un fenómeno recurrente cada año en la estratosfera ártica.

No quisiera terminar sin lanzar una reflexión sobre la otra cara de la moneda: El incremeto del ozono troposférico derivado de la elevada contaminación atmosférica de las ciudades, ligada muy especialmente, aunque no únicamente, al tráfico rodado. El aumento de la concentración de ozono en la baja atmósfera, que se está produciendo hoy día en zonas contaminadas del planeta, es perjudicial, y está causando serios problemas de salud pública en dichas zonas, además de contribuir al calentamiento terrestre, por ser un gas de invernadero. Se trata del ozono que se encuentra cerca de la superficie terrestre. Su concentración se ha incrementado en un 36% desde los niveles pre-industriales, debido a las emisiones antropogénicas de diversos gases nitrogenados, que reaccionan y forman ozono.

El protocolo de Montreal nos ha enseñado que una acción global conjunta de la comunidad internacional, bajo el mandato de la ONU, frente a una amenaza planetaria, como era la destrucción de la capa de ozono, permitió sentar las bases de una solución global y duradera frente a este problema. Cabría esperar que los líderes mundiales se quiten su disfraz de políticos mediocres que no ven más allá de su realidad nacional y estén en la próxima Cumbre del Clima de Durban, al menos la misma altura que los lideren mundiales que firmaron el histórico protocolo hace ya casi un cuarto de siglo.