La nueva novela de Eduardo Mendoza satisface las expectativas de los incondicionales de este escritor y, sin duda, de los que se acerquen por primera vez a la lectura de una de sus obras. Continúa con su género más característico, lo detectivesco e irónico, la parodia y lo satírico. A pesar de ser pura ficción, el relato incorpora hechos sacados de escritos antiguos, entre otros de la Historia Natural de Plinio el Viejo. No es una novela histórica, más bien policíaca, pero se ayuda de personajes, lugares y hechos que forman parte de la historia de nuestra civilización.

La trama trascurre en el siglo I de nuestra era, Pomponio Flato viaja por los confines del Imperio romano en busca de unas aguas de efectos portentosos. El azar y la precariedad de su fortuna lo llevan a Nazaret, donde va a ser ejecutado el carpintero del pueblo, convicto del brutal asesinato de un rico ciudadano. Muy a su pesar, Pomponio se ve inmerso en la solución del crimen, contratado por el más extraordinario de los clientes: el hijo del carpintero, un niño candoroso y singular, convencido de la inocencia de su padre, hombre en apariencia pacífico y taciturno, que oculta, sin embargo, un gran secreto.

Mendoza, introduce con habilidad en su obra, como de soslayo con su agilidad narrativa, las pasiones humanas. Las que dignifican; el amor, la honradez, la lealtad o la solidaridad. Y las que degradan la condición humana; el egoísmo, la envidia, la ambición y el ansia de poder.

Sus personajes no son héroes sino personajes cotidianos con sus grandezas y miserias, a los que parodia y somete al jugueteo de la intriga.

En esta ocasión, con distintos protagonistas, podemos decir que continúa con el estilo que inició con la saga protagonizada por el detective Ceferino con El misterio de la cripta embrujada (1979), El laberinto de la aceitunas (1982) y finalizó con La aventura del tocador de señoras (2001).