Son pocos los políticos que hacen análisis tan exhaustivos como el que se recoge en este libro de Al Gore. El exPresidente que nunca fue Presidente de los Estados Unidos de América nos advierte de dos cuestiones; la primera, del peligro que representa que las ideas y la razón jueguen un papel secundario en la actualidad. Y la segunda, del papel que desempeña la televisión en nuestras sociedades tras el asalto que se ha producido del espacio público democrático por unos desalmados que imponen sus intereses a los del conjunto de la sociedad. Para ello, su estrategia requiere de la ayuda de la televisión, su gran aliado.

La televisión se concibió para informar y entretener y hoy, posiblemente, es la mayor arma de poder. Esa caja lista con aspecto de tonta, constituye el medio más eficaz para influir en las mentes de millones de individuos. Se encuentra concentrada en muy pocas manos, las suficientes para controlar toda la programación televisiva y, por consiguiente, la voluntad de los hombres.

Gore afirma que, los políticos utilizan la televisión como expositor de venta de sus productos. Y ningún país gestiona la venta tan bien como EEUU Bush quería vender miedo y la televisión contribuyó a lograrlo. Proclamó que Osama Bin Laden y Sadam Hussein eran el mismo demonio y que había, por lo tanto, que invadir también Irak. Este mensaje se repitió sin descanso en la televisión hasta que caló en los telespectadores-votantes. Se sustituyó un debate razonado en la sociedad por un eslogan machacón carente de profundidad. Gore afirma que mientras la “red pública” la monopolicen unos cuantos medios televisivos, la razón perderá poder y la democracia será más artificial que real.

Quiero pensar que si Gore hubiera sido Presidente, el mundo sería otra cosa.