No es ocioso comentar esa idea de que la recuperación está en marcha. Porque analizada bajo el prisma clásico de los ciclos económicos, una vez que se deja atrás la recesión y si durante varios trimestres se produce algún crecimiento económico, aunque sea modesto y de incierta evolución, podría decirse que la economía está en fase de recuperación, aunque de momento lo más apropiado sería calificarla de estancamiento. Pero, como acertadamente se le recuerda una y otra vez al Gobierno, lo que importa es saber si los ciudadanos están realmente superando los efectos concretos que se han derivado no sólo de la crisis, sino, sobre todo, del nefasto tratamiento que le ha dado el Gobierno del Partido Popular. Está claro que no. Como ejemplos más próximos de que continúa ese tratamiento negativo se ha tomado el ridículo incremento del 0,25 por 100 en las pensiones para 2015 y el insultante 0,50 por 100 en el salario mínimo interprofesional; pero incluso el reciente acuerdo para dar cobertura a unos cuantos cientos de miles de parados de larga duración con cargas familiares no consigue compensar el retroceso que no sólo antes sino durante 2014 han sufrido las prestaciones de desempleo.

Resulta innecesario decir que nada hay a la vista que haga pensar que está mejorando el tratamiento de los servicios públicos esenciales. En sanidad, educación, servicios sociales y el largo etcétera que cabría añadir ¿dónde está la recuperación? Los empleados públicos tienen por delante un nuevo año con congelación salarial. La impresentable reforma laboral impuesta en su día, que ha dejado a los trabajadores a los pies de los caballos de sus empleadores, no ha tenido más “recuperación” que la sentencia del Tribunal Supremo desautorizando al Gobierno y sus valedores y manteniendo la vigencia del contenido del convenio colectivo, aun después del año que como límite contenía la reforma del PP. Hasta la presentación como hazaña de la creación de empleo este año se ha hecho ocultando que hay 650.000 ocupados menos ahora que cuando Rajoy llegó a La Moncloa en 2011 y que nunca en España había existido tanto trabajo precario como ahora.

Hay un hecho interesante que, quizás por obvio, no se le está dando la trascendencia que merece. Me refiero a que entre las realizaciones del Gobierno está haber contribuido más que nadie a la aparición de Podemos. Aquí no les ha valido el latiguillo de “la herencia recibida”. Porque cuando emergió esta fuerza política el PSOE llevaba más de dos años en la oposición. Lo que nos pase a los españoles en el próximo futuro tendrá que ver con la herencia que en todos los órdenes nos está dejando el PP.

Refiriéndose a este asunto, Rajoy ha introducido en su comparecencia una llamada de alerta contra “otras cosas (Podemos) que lo único que generan es inestabilidad y, sobre todo, falta de progreso, retroceso y pérdida de bienestar”. Si aplicara con rigor su declaración debería incluir al Partido Popular entre esas “otras cosas”. Efectivamente, la irrupción de Podemos y las expectativas de voto que se han producido pueden determinar que la inestabilidad caracterice la próxima legislatura. Sencillamente porque para componer una mayoría parlamentaria estable tendría que producirse el suicidio del PSOE aliándose con el Partido Popular, o el inverosímil giro de Podemos apoyando a uno de los partidos de su demonizada “casta”, o el pozo lleno de incertidumbres de un apoyo del PP a un gobierno del PSOE. Hay más opciones igualmente poco verosímiles. Veremos cómo se resuelve el problema. Respecto a la citada falta de progreso, retrocesos y pérdida de bienestar es exactamente lo que ha practicado este Gobierno.

Ignoro lo que haría Podemos si gobernara. Entre otras razones porque creo que ni ellos mismos lo saben. En todo caso es una hipótesis que no contemplo porque creo que, pese a la justificada indignación de la ciudadanía, ésta posee suficiente madurez política para darse cuenta de que dicha formación ha podido servir bien como opción para expresar el rechazo a las prácticas políticas y partidarias hasta ahora dominantes, pero que la lógica inexperiencia de un partido de aluvión y recién nacido para gestionar y ordenar el devenir de un país desarrollado, con cuarenta y seis millones de habitantes, aconseja pensárselo mucho a la hora del voto. Lo que sí resulta incuestionable es el penoso efecto que para los españoles han tenido los votos que el Partido Popular obtuvo en las últimas elecciones generales.