Todo ello, repito, a reserva del considerable poder y capacidad de influencia –y quizás por ello– que han llegado a tener tales autoridades monetarias.

Por eso, llama la atención la especial querencia que el Gobernador del Banco de España ha adquirido por pronunciarse públicamente, a veces hablando casi excátedra, a favor de unas u otras posturas, en asuntos del máximo alcance político-electoral. Además, cuando estas intervenciones se producen en palpable sintonía estratégica con otras fuerzas políticas y económicas, el problema se agrava notablemente. De ahí que el actual Gobernador del Banco de España pueda ser presentado como un auténtico arquetipo del “banquero imprudente”. Es decir, de lo que nunca debe ser, hacer o decir un banquero.

Desde luego, nadie se imagina al Señor Botín o al Señor González dando lecciones públicas todos los días al Señor Lula sobre lo que debe o no debe hacer en materia laboral, salarial o de seguros. Y, posiblemente, cuando se representa a una empresa privada, en principio no podría negarse a nadie la libertad para actuar con mayor discrecionalidad y autonomía, ya que cualquier eventual coste sería a cuenta de sus propios intereses y recursos. Pero no se hace, no se suele hacer, por un sentido elemental de prudencia y sentido común.

De ahí que en una entidad pública la imprudencia sea aun más inapropiada e inaceptable, ya que nadie se está “jugando sus propios cuartos”, sino que se utilizan recursos y posiciones públicas al servicio de intereses privados y de opiniones o ideologías muy particulares.

Por ello, todo aquello que sería perfectamente legítimo plantear desde las filas de un partido político concreto, o desde las columnas de un determinado periódico, por aquel que ejerce la profesión de crítico o de columnista privado, no lo es en el caso de servidores públicos que cobran –y viven– del erario público y que no deben dar pie a que sus muy particulares opiniones puedan ser presentadas –o interpretadas– como doctrina oficial. De ahí las bromas y chascarrillos que suelen escucharse últimamente sobre el nuevo papel que para algunos pretende tener el Banco de España, que “como ya no emite moneda propia” –se dice–, ahora se “dedica a emitir ideología”.

El problema es que una parte de la ideología que se pretende emitir está formada por un confuso contrabando de recetas trasnochadas, que ya se ha visto a donde nos conducen.

En cualquier caso, si alguien prefiere ser un columnista o un ideólogo más o menos osado, antes que un banquero prudente, siempre está a tiempo de dimitir, para así poder decir libremente lo que mas le plazca; pero, claro está, decirlo como ciudadano de a pie y no como máxima autoridad monetaria nombrada, además –para más INRI–, por un gobierno socialdemócrata. ¡Confusos tiempos estos en los que nos encontramos!