“En Estados Unidos los buenos escritores son: Henry James, Stephen Crane y Mark Twain”. Ernest Hemingway
“El bote abierto, fuera de duda, su obra cumbre”. H. G. Wells
“No cabe mejor ejemplo que Stephen Crane del hecho de que, en raras ocasiones, los seres sobrenaturales visitan la tierra”. Ford Madox Ford
A pesar de una muerte prematura por tuberculosis, precisamente cuanto su obra estaba despuntando en el paisaje literario de finales del siglo XIX, Stephen Crane, al que muchos consideran “el Anton Chejov de la literatura americana” se labró con toda justicia un merecido prestigio y un lugar privilegiado entre otros escritores de su generación.
Joseph Conrad (autor del interesante prólogo que recoge esta edición), H. G. Wells, Hemingway y Ford Madox Ford, entre otros, admiraron la hondura psicológica y el original estilo de este novelista, poeta y periodista que, todo hay que decirlo, tuvo una influencia decisiva en la generación posterior. Concretamente en escritores como London o Faulkner. Fue un literato singular y fuertemente creativo al que podríamos aplicar el calificativo de innovador, especialmente interesado en las crónicas de guerra. De ahí que sus obras más conocidas, y una buena muestra de ellas es “La roja insignia del valor”, tengan como escenarios cuadros bélicos que han llegado a ser comparados con Stendhal y Tólstoi.
No resulta arriesgado decir que este es el caso de El bote abierto. Concretamente responde a una experiencia personal: cuatro náufragos de un barco que portaban armas para los insurgentes cubanos intentan ganar la costa en una pequeña embarcación en mitad de una tormenta. Él es uno de estos náufragos, y le acompañan el capitán –que está herido–, un maquinista y el cocinero. En esta situación verdaderamente límite, descrita con una maestría, precisión y riqueza de imágenes sobrecogedora, los cuatro supervivientes protagonizan su personal e íntimo desafío: luchar contra la muerte. Sus obsesiones empezarán a aflorar y salir a la luz, así como sus temores y miedos, y la constante sensación de que el mundo en el que viven, materializado por la implacable violencia de las olas, los contempla con la frialdad de la indiferencia. Todo el sentido y significado de las que fueron sus metas y sus esfuerzos en la vida quedan en entredicho ante un hecho muy concreto del que difícilmente se puede huir: la proximidad de la muerte y del fracaso.
En este escenario marcado fuertemente por el destino surge entre ellos una amistad a la podemos tildar de conmovedora. El mal humor que cabría esperar en situaciones existenciales como las que están atravesando, el egoísmo rampante de anteponer con rotundidad la propia supervivencia, el desentenderse de forma descarada y no tan descarada de los demás ante el agotamiento de las propias fuerzas quedan superados por un sentido de la camaradería verdaderamente sorprendente. Una visión positiva y alentadora de la propia naturaleza humana, subrayada por el realismo que transmite por cada uno de sus poros el relato. Como acertadamente subraya Conrad, “Crane tenía un maravilloso poder de intuición por el que alcanzaba la verdad de la esencia de la vida”.