En realidad, este tipo de elecciones que se celebran en un solo día y en las que fundamentalmente acaparan los mensajes los dos partidos mayoritarios siempre tienen un carácter general. Los medios no destacan las propuestas de los partidos sobre los espacios autonómicos y municipales y lo habitual son las campañas centradas en temas globales de ámbito nacional. Esa tendencia ha quedado agudizada en esta ocasión, en plena crisis económica, por las cuestiones de tipo general que más preocupan a los ciudadanos la situación económica y el paro, las deudas pendientes, los recortes sociales, la condena de los jóvenes al desempleo, a la precariedad, a la falta de autonomía para proyectar su futuro – y por una campaña de pin-pan-pun entre los partidos mayoritarios.
Los funcionarios, los trabajadores, los pensionistas, los futuros pensionistas, los parados, los ciudadanos hartos de una dialéctica política en la que los adjetivos y las diatribas sustituyen a los argumentos, los atemorizados por una crisis que conlleva un empobrecimiento prolongado de una parte importante de la sociedad española, los desengañados por un discurso del Gobierno que sus medidas, una tras otra, han ido desmintiendo, es decir una parte importante del electorado del PSOE ha decidido quedarse en casa, votar nulo o en blanco o dar su voto a otras opciones.
Quizá algunos habrán descubierto ahora que el fracaso de las movilizaciones sindicales contra las medidas antisociales del gobierno en parte por errores sindicales pero, sobre todo, por la conciencia ciudadana de que no había margen para revertir las medidas adoptadas no significaba una victoria definitiva para sus objetivos. La segunda vuelta de aquellos fracasos le ha salido al gobierno mucho más cara de lo que hubiera tenido que ceder si su resultado habría sido un rotundo éxito.
2.- El problema es que el Gobierno no quería pactar nada sino transmitir un mensaje de dureza y determinación sin concesiones. Optó a pies juntillas por la tesis de Margaret Tatcher: no hay otra política posible, tesis que está en el origen de la decadencia de la socialdemocracia en las últimas tres décadas. Había que realizar los recortes y las contra-reformas contra viento y marea. Trabajó al dictado del Banco Central Europeo, del ECOFIN y del Fondo Monetario Internacional. Y practicó las políticas neoliberales más ortodoxas.
Está muy demostrado, sin embargo, que a mayor aceptación de las tesis nacionalistas, más nacionalismo. Y que a mayor asunción de los postulados de la derecha, más derecha. El PSOE ha sentado él solito, con ahínco y hasta con empecinamiento, las bases de su peor derrota en unas elecciones autonómicas y municipales. Y, con toda probabilidad, su próxima derrota en las generales. Y ello, a pesar de tener enfrente a un PP que comparte en su inmensa mayor parte las políticas llevadas a cabo por el Gobierno, que ha estado más afectado que ningún otro partido en estas dos legislaturas por casos de corrupción y que presenta un cuadro de dirigentes poco brillante y atractivo políticamente.
La altísima desaprobación de los dos principales líderes políticos que las encuestas han evidenciado con reiteración dibujaba un clima pre-electoral en el que daba la impresión de que mucha gente consideraba que el PP no merecía ganar y que el PSOE merecía perder.
Ante tan contradictorias aspiraciones, los resultados electorales han mostrado algunas reacciones dignas de consideración. Primero, el recurso al miedo de que viene la derecha está ya bastante desgastado, sobre todo entre las nuevas generaciones, y ha funcionado mucho menos que en ocasiones anteriores.
Segundo, la pérdida del voto del PSOE se ha ido hacia la abstención y el voto en blanco; el trasvase hacia IU no ha sido tan acentuado como era, a mi entender, previsible (probablemente porque bastantes electores de izquierda han considerado que no se trataba de condicionar al PSOE mediante pactos con IU, sino de que aquél cambie radicalmente de políticas); algunos colectivos de clase media, sobre todo en Madrid, han trasvasado su voto al Partido de Rosa Díez, especialmente por desacuerdo con la política del Gobierno respecto a la estructuración del Estado de las Autonomías; y, aunque está por analizar, no es descartable que una parte de los trabajadores que votaban al PSOE hayan orientado, como consecuencia de factores, de miedos, vinculados con la crisis, su voto hacia el PP: no hay que olvidar que hoy en Francia el partido de Marie Le Pen es, con el 35% de votos de ese colectivo, el partido mayoritario entre los trabajadores. Y una parte de ese electorado se está refugiando en el PP o en alternativas directamente xenófobas.
En fin, la emergencia de un movimiento, protagonizado por jóvenes con sensibilidad mayoritariamente de izquierda, ha venido a reforzar el voto en blanco y a poner sobre el tapete las carencias, el bloqueo y las derivas endogámicas de nuestra democracia; la incapacidad de los partidos mayoritarios para ponerse de acuerdo en temas de Estado: organización de una estructura federal del Estado, política exterior, cambio del modelo productivo; la supeditación de la política a los poderes financieros y económicos; la falta de perspectivas para los jóvenes.
3.- A todo ello se ha unido una campaña del partido del Gobierno, basada en ser los defensores del Estado del Bienestar, que resultaba un sarcasmo. Teniendo en cuenta que las medidas sociales que ha tomado y que iban en la buena dirección aumento del salario mínimo, de las pensiones mínimas, la ley de dependencia se han quedado a medias: en el salario mínimo se ha quedado a mitad del camino comprometido, las pensiones mínimas han subido pero el conjunto de las pensiones (que tampoco se puede decir que sean máximas) han evolucionado por debajo del crecimiento de la riqueza, la ley de dependencia en lugar de convertirse, como se dijo, en el cuarto pilar de la Seguridad Social ha parado en los servicios sociales de la CCAA con una financiación totalmente insuficiente. El cheque-bebé y la desgravación de los 400 euros responden más a una política populista que a una natalista o redistributiva.
En un tema central como la política fiscal, se comenzó diciendo que bajar impuestos no era de izquierdas ni de derechas y, en consecuencia, apenas si la política social de Zapatero ha prestado atención al fraude fiscal, no ha modificado la reaccionaria Ley General Tributaria que aprobó el Partido Popular y las reformas emprendidas han sido todas regresivas: disminución del tipo del impuesto de sociedades, reforma del IRPF, reduciendo del número de tramos y del tipo marginal, manteniendo la separación de las rentas del capital de las de otra clase y aplicando a aquéllas un tipo menor y proporcional, eliminación del Impuesto del Patrimonio. Y cuando han llegado las medidas de austeridad, subida del IVA en lugar de realizar una mayor imposición de las rentas altas.
A lo que hay que añadir todas las medidas tomadas, al dictado de Bruselas, respecto a la congelación de las pensiones, la reducción de las retribuciones de los funcionarios, una reforma laboral destinada a facilitar y abaratar el despido, una reforma de las pensiones realizada no en función de criterios demográficos o económicos sino de una apriorística decisión de recorte de su gasto en relación con el PIB. Tampoco, a la hora de sanear y reestructurar las Cajas de Ahorro, ha aprovechado la oportunidad para recuperar una banca pública que pudiera suministrar crédito a pequeñas empresas y particulares.
Es una pena que la autonomía de la política frente a los grandes poderes económicos, la distribución de los sacrificios de la crisis con la máxima equidad, la movilización de las energías para combatir el desempleo de los jóvenes que ahora ha planteado Carme Chacón al renunciar a presentarse al proceso de primarias, no hayan sido criterios y políticas que haya practicado el gobierno del que ha formado y forma parte.
Una pena también que los gobiernos socialistas de la UE, impelidos a tomar drásticas medidas de austeridad y de recorte en sus no muy desarrollados Estados de Bienestar Grecia, Portugal, España no hayan formado un bloque para exigir con toda crudeza a los países acreedores especialmente, Alemania , algunos de los cuales tienen comprometidos más de un 15% de su PIB en préstamos de sus bancos a las economías de estos países, una política al menos tan solidaria como la que han tenido con los bancos, a los que han venido prestando dinero al 1%.
4.- Si el Partido Socialista quiere recuperar una sintonía con sus bases naturales y no tener que atravesar una muy prolongada travesía del desierto no le bastará solamente con cambiar de candidato. Necesitará una renovación profunda del programa político y de sus formas de hacer política. También una profunda autocrítica de este período. Porque si, como decía Tatcher, no hay más que una política posible y quienes mandan son los mercados, entonces de poco sirven los partidos y hay que hacer la política, como los del 15-M, desde fuera de las instituciones. Y si se defiende, como Chacón, la autonomía de la política el PSOE va a tener algunas dificultades para realizar una política de oposición, al menos en el gobierno central, durante algún tiempo sin que le achaquen que él ya las hizo antes.