Reagan fue el principal promotor de un modelo de capitalismo desregulado, que modificó las relaciones en el trabajo, la inversión y la producción. El fracaso de sus planteamientos condujo a la crisis del verano de 2007, tras la que surge la Gran Recesión que estamos viviendo.

Por eso, en ese momento las políticas se orientan en dirección contraria a la que venía aplicándose durante los últimos 25 años. El Estado vuelve y lo hace con fuerza. El Estado salva al capitalismo y es el que impide que se produzca un colapso económico y una fuerte contracción social. El Gran Gobierno se constituye en el principal protagonista de la política económica. En medio mundo el gasto público se extiende, en un momento en el que los ingresos caen –y no poco–, por lo que los déficit y el endeudamiento llegan a niveles difícilmente imaginables.

La primera reflexión que podría hacerse es averiguar si en la segunda década del siglo XXI se produciría un proceso similar al que ocurrió en el mundo avanzado después de la Segunda Guerra Mundial. Que lo público dio un salto muy grande a partir de 1945 es un hecho. Lo hizo a través de una política intervencionista, apoyada por el keynesianismo y por una demanda social que favorecía la provisión de servicios como sanidad, vivienda o educación.

Esa demanda social en esta crisis ha faltado. Es verdad que se ha hablado de cosas nuevas (el cambio climático o la educación superior), pero la intensidad de esa demanda no ha cristalizado como lo hizo hace 65 años.

Al principio se pensó que las ideas de aquellos que condujeron a esta crisis tendrían que batirse en retirada. No ha sido así. Hasta el punto que la percepción del Estado por la sociedad continúa siendo, en muchos lugares, algo polémica. El culto al sector privado y, en particular, a las privatizaciones se ha vuelto muy destacado. Y no parece que se haya reducido últimamente.

Aunque resulte difícil admitirlo, en la política se ha producido un deslizamiento hacia las ideas originadoras de la crisis. En Europa, las políticas económicas se han orientado a la reducción de los déficit públicos, a la aplicación de los programas de estabilidad y a la finalización de las políticas compensatorias.

Los conservadores británicos han formalizado una apuesta directa y explícita de la Big Society. Quieren devolver a la comunidad el poder y la responsabilidad que ésta en su día cedió al Estado a través de una gama extensa de actividades públicas. Es decir, muchas de las actividades que hoy presta el sector público en el Reino Unido pasarán a ser suministradas por fundaciones, ONG’s y por el voluntariado. Cameron dice que hay que reinventar la sociedad, porque la actual fórmula es insostenible, ya que el Estado no puede pagarla.

A partir de estos posicionamientos, han de ser los propios ciudadanos los que han de involucrarse en la gestión de las bibliotecas, de las guarderías, de los polideportivos y de los centros de atención primaria. Para que ello sea posible, habría que construir un ejército de voluntarios para poder aligerar al Estado de responsabilidades.

La crisis les está proporcionando una excelente oportunidad para llevar a cabo las reformas que en otras circunstancias eran impensables. El criterio de oportunidad es claro: han optado, en lugar de combatir la pobreza con programas igualitarios y de mejora de los servicios públicos, por desmotar el Estado de Bienestar.

La interpretación de esta estrategia política es clara: quieren destruir aquellos importantes contrapesos que han venido levantándose frente al poder político de los poderosos y de los ricos.

En los Estados Unidos, el Tea Party promueve, en muchos Estados, el cierre de las oficinas federales y que una parte destacada de las prestaciones públicas puedan pasar a manos del sector privado. Los republicanos en la Cámara de Representantes auspician recortes drásticos e inmediatos que afectan a las personas con dificultades a la vez que destruyen empleo.

Estas ideas han llegado a la Unión Europea. Aquí a España todavía no lo han hecho. Llegarán. Me he llevado una sorpresa cuando he comprobado por dónde se ha producido el afloramiento. En un artículo publicado recientemente en el diario El País, Carlos Mulas-Granados sostenía que una de las ideas que podría incorporarse para alcanzar la próxima victoria socialista consistiría en que el PSOE abandonase ligeramente la contraposición permanente entre Estado y Mercado, concentrando parte del nuevo discurso en el tercer vértice de la ecuación: la sociedad.

Añadía Mulas que “como el PP no ha importado aún el concepto de la Gran Sociedad, acuñado por los conservadores británicos, por eso el PSOE puede adelantarse con un discurso solvente sobre la sociedad de las oportunidades que sea la garantía de una sociedad mejor y más justa. Esto le permitiría renovar un pedigrí progresista, alejándolo de la deriva estatalista y dotándolo, por tanto, de una mayor credibilidad en un contexto de restructuración presupuestaria”.

He de manifestar que esa teoría de la ocupación de los espacios para poder renovar el pedigrí progresista la escuché a otros intelectuales socialistas. Había que ganarle, por la mano, a la derecha cuando se saca a relucir el tipo único como planteamiento tributario al inicio de la década anterior. No menos originales fueron los posicionamientos que se formularon alrededor del republicanismo cívico, que tanto contribuyó a aplanar algunas de las ocurrencias políticas que pusimos en marcha. Y que, por cierto, hubo que levantar y cancelar rápidamente cuando la crisis dio origen a que esas novedades fueran arriadas ante el retorno de los viejos problemas.

La sociedad en la que vivimos padece problemas bien distintos y por desgracia bastante más duros.

He utilizado la referencia del Reino Unido conscientemente. En la Gran Bretaña, como en los EEUU y como en España, se padece una fuerte crisis fiscal. El déficit público en los EEUU está en el 10%. En España en el 9,1% y en Inglaterra en el 8,9%. Valores bastante similares sobre los que se apoyan políticas esencialmente diferentes.

Los puntos de vista que se barajan son diferentes y en algunos casos tienen bastante que ver con posiciones ideológicas. Todavía hay quien continúa creyendo que cuanto menos Estado haya, mejor. También, frente a ellos, existen otros que defendemos que la mejor manera de garantizar la sostenibilidad de lo público es mediante su reforma permanente. Consideramos que, una vez se haya superado la fase de la consolidación que estamos llevando a cabo, los Estados deberán volver a sus fundamentos. Ahora bien, a esta posición no se volverá mecánicamente.

Variar el peso del Estado en el seno del Mercado, el peso de las Administraciones Públicas en el PIB, no creo que resulte muy factible. Ahora bien, si eso ocurriera, las consecuencias no serían favorables para los actuales beneficiarios de las prestaciones. Por eso, cuando oigo decir que cambian los políticos sin que cambien las políticas, me parece que lo que se está proponiendo es una enorme tomadura de pelo.

El problema de lo público no es sólo una cuestión de dimensión. El Estado tiene que ser fuerte por muy diferentes motivos: ha de poseer un elevado contenido regulatorio, ha de prestar eficientemente las tareas que le están encomendadas, tiene que construir aquellas políticas que están al servicio de la equidad social y territorial, sobre todo ahora que las desigualdades son crecientes.

Por lo tanto, el discurso de que hay que tener menos Estado para prestar los mismos servicios resulta engañoso.

En España el tamaño de lo público ha crecido durante el apogeo de la Gran Recesión. En 2005 el sector público se situaba en el 38% del PIB y en 2009 llegó al 46% del PIB.

A medida que se vayan reduciendo las políticas anticíclicas, algunos gastos tendrán que reducirse y otros llevarse a cabo de manera diferente y más eficiente. Y otros desaparecerán. La vuelta a la normalidad económica acarrea una vuelta a la situación presupuestaria de pre-crisis.

Esa trayectoria es complicada y debería lograrse con el mayor acuerdo posible. Por tanto, podríamos preguntarnos:

– ¿Dónde se recorta?

– ¿Con qué criterio se hace ese recorte?

– ¿Qué y quién se salva del recorte?

Estas preguntas y sus correspondientes respuestas son muy destacadas. Eso no quiere decir que unas y otras estén totalmente disponibles. O al menos, tan disponibles como se quisiera.

En cualquier caso, tales preguntas y sus respuestas son las que nos dicen qué tipo de sociedad queremos que exista en España cuando hayamos salido de la crisis.