No obstante, la necesidad de llegar a acuerdos debe ser iniciativa del Gobierno, pues es a él a quien corresponde dirigir el proceso en una situación delicada, a la que no ha sabido a hacer frente hasta ahora con la debida capacidad de liderazgo. En todo caso, en el debate hubo, por parte de todos los grupos parlamentarios, falta de propuestas suficientemente convincentes para remediar los males que nos atenazan. Esto se puede deber a dos motivos: o bien no se sabe qué hacer ante lo inesperado de la situación, o bien hay pocas cosas que hacer. Tal vez coexistan las dos en diferentes dosis.

Empezando por esta última hay que reconocer que el gobierno se encuentra con pocas palancas en su mano para abordar la situación. Así, como consecuencia de la implantación del euro y de la independencia del Banco Central Europeo, no se puede disponer de dos instrumentos que en épocas anteriores se podían usar, como eran el tipo de cambio y el tipo de interés. Sólo queda, por tanto, la política fiscal, y esta se encuentra sometida a restricciones, aparte de que sus efectos no se dejan sentir a corto plazo.

En periodos de baja actividad económica, por si fuera poco, la recaudación vía impuestos disminuye, con lo que la posibilidad de expandir el gasto público también se encuentra sometida a restricciones si no se quiere caer en excesivos déficit públicos. Aún así, soy de los que defienden que en fases de declive lo importante no es el déficit, en límites aceptables, sino el desempleo y la pérdida de capacidad adquisitiva. Por tanto, hay que dejar planteamientos ortodoxos para dar prioridad al estímulo económico con déficit, el cual se corregirá en momentos de expansión.

En todo caso, hay que huir de los planteamientos hechos por determinados grupos empresariales y por el Partido Popular, que pueden resultar tentadores, sobre la bajada de impuestos. La idea es muy simple: si el consumo, el ahorro y la inversión se encuentran de capa caída, lo mejor es disminuir las cargas fiscales que soportan las personas y las empresas para estimular las tres variables. Pero no hay ninguna constatación de que una bajada de los impuestos sea un estímulo para reanimar a la economía. Además, hay experiencias históricas que han puesto de manifiesto que esto no es así, como es el caso de Estados Unidos. Desde un punto de vista teórico han respondido a estas propuestas de modo convincente, entre otros, Galbraith y Krugman. Lo que sí consiguen es desde luego reducir más la recaudación de los ingresos y agravar los problemas del gasto público.

Por tanto, si es cierto que poco se puede hacer, sobre todo cuando suben los precios del petróleo y de los alimentos y sobre los que no podemos tampoco influir, hay actuaciones que sí se pueden y de deben de llevar a cabo para no caer en el pesimismo en el que la realidad nos atrapa y frente a la que nos da la sensación de no poder actuar. El problema es que las medidas que hay que tomar no tienen efectos a corto plazo, y aquí viene lo que señalé con anterioridad y es que no se sabe bien qué es lo que hay que hacer. Esto se debe a que los hechos han sorprendido al gobierno, pero no sólo a él, y este se ha quedado un tanto desbordado y sin capacidad de respuesta. Aceptando que la predicción es compleja, lo que sí que hay que aconsejar al gobierno es que mejore sus estudios de previsión y asesores, pues aunque no todo lo que está sucediendo se había previsto por prácticamente ningún servicio de estudios, sí que había análisis de académicos que anunciaban los peligros posibles que se avecinaban.

En suma, ha habido un debate parlamentario interesante y necesario que tiene que servir para que el gobierno despierte y se ponga manos a la obra, y lo haga en un marco de consenso y diálogo social y político, pues es mucho lo que nos jugamos y pueden ser muchos lo damnificados.