Así, vimos al alcalde de Madrid reinventando la fórmula en Matadero, un centro de creación contemporánea en funcionamiento desde hace más de cinco años. Un ejemplo entre decenas, porque el delirio inaugurador no entiende de colores o de regiones. En Andalucía han inaugurado todos: altos cargos, delegados y candidatos. Y de todo: desde tramos de carreteras hasta cursos de formación, pasando por ampliaciones y reformas. La fiebre también se ha propagado por la Comunidad Valenciana (el bochornoso caso del aeropuerto de Castellón sin avisones y las declaraciones del inefable Fabra al respecto abrieron informativos: ver noticia), el País Vasco y Cataluña, donde después de museos, como el Museo Blau, centros cívicos y pavimentación de calles, el broche final fue el flameante nuevo establecimiento de Santa Eulàlia, en el Paseo de Gracia, después de tres años de obras.
No hay candidato o alcalde con ganas de volver a presidir su municipio que no haya sucumbido a la tentación de cortar la cinta roja. No importa si las fanfarrias y las fotos oficiales tienen que producirse entre brochazos de pintura o cables de la luz. Quizá lo que resulte más escandaloso entre tanta desazón inauguradora sean los casos de obras terminadas, inutilizadas durante meses a la espera de una campaña que permita a los gobernantes aprovecharlas electoralmente. La reforma legal, lejos de ahorrarnos el penoso espectáculo de los políticos en una carrera de despropósitos inaugurales, sólo ha servido para adelantarlo.