Nunca ha existido tal divorcio entre el pensamiento político y la acción de los gobiernos, ¿por qué? ¿Cómo es posible saber lo que tenemos que hacer y no hacerlo? ¿Qué está dificultando la lógica entre el pensamiento, la voluntad y la acción política? Temas como derechos innegociables que no pueden quedar en manos del mercado, la necesidad de intervenir en el capital especulativo, globalizar los instrumentos políticos de control, reforzar al Estado y a la Política para combatir la economía desenfrenada, la demanda de una ciudadanía activa y fuerte, la amenaza del capitalismo a la Democracia en casos como China, la ruptura de las reglas del juego entre la economía y la política que propiciaron el Estado de Bienestar, … éstos son algunas de las cuestiones que nos preocupan, ante las que hay que intervenir, que sabemos el origen del problema e incluso su solución, pero que hay una incapacidad manifiesta de actuar.

Europa no es la referencia mundial. Los ojos de los países emergentes no están mirando a Europa como tabla de salvación, sino de forma suspicaz para que no les salpique la crisis que vivimos o para intentar sacar partido de esta situación.

La primera conclusión es que no estamos ante un constipado de la Europa del euro. No estamos ante una situación que pueda resolverse con parches. El origen de esta crisis económica tiene una honda raíz en sus valores mercantilistas y egoístas, en el exceso mismo del capitalismo que, cuando da el salto mundial a la globalización, rompió las reglas del juego. La economía juega en primera división mientras que los gobiernos europeos han perdido su capacidad de maniobra. Europa intenta combatir la feroz crisis del capitalismo con organismos económicos que han fallado en sus análisis como el FMI o el Banco Europeo, en vez de dar solidez a un proyecto político cohesionado y único, porque sigue siendo más fácil unirnos en torno al dinero que al pensamiento.

En segundo lugar, la crisis que a los europeos nos parece mundial, no lo es. Aunque nos miremos el ombligo, China y Brasil, entre otros, crecen de forma espectacular, generando unas sociedades que rompen todos los tópicos hasta ahora preconcebidos, y apareciendo como salvadoras de la situación europea, véase la entrada de capital financiero chino en nuestros bancos, empresas o gobiernos. Me quedé impresionada cuando vi, hace unos meses, en el suplemento económico de El País, dos noticias que simbolizaban la crueldad irónica del capitalismo globalizado: por una parte, la portada de la caída de Portugal, todo un país en peligro con la caída además de su presidente Sócrates; en el interior, una entrevista al director de Tiffany´s, la empresa de diamantes, que hablaba de sus beneficios obtenidos y del nuevo cliente potencial, China.

En tercer lugar, ya sabemos que la crisis financiera pone en jaque al Estado de Bienestar. No porque no sea posible mantenerlo, sino porque hay una necesidad ideológica de terminar con la mayor etapa de prosperidad y justicia de Europa. Ante la solidaridad y la cohesión, se levantan nuevas banderas económico-políticas como el capitalismo de China, donde su evolución nos demuestra que es falso el binomio Democracia y Capitalismo. Nunca fue cierto, y ahora menos que nunca. Sueño con que, en un momento determinado, la conciencia de los chinos despierte y exija libertad y democracia, porque la igualdad (que es principio de la justicia) sigue siendo más eficiente, si no es así, la Democracia tendrá un nuevo atolladero porque se habrá convertido en un sistema caro y molesto para el capitalismo.

La indignación de los ciudadanos manifiesta que las decisiones no las toman realmente los políticos. Los ciudadanos votan a representantes cuyo papel se asemeja al de marionetas mientras que organismos internacionales no democráticos marcan el rumbo de las medidas gubernamentales. ¿Hasta cuándo? Hasta que Europa reaccione.

Europa parece haberse quedado vieja de repente, encerrada en sus relaciones diplomáticas de salón, fue imposible de percibir la oleada revolucionara en las calles árabes, el crecimiento exponencial del capital especulativo, los nuevos bloques emergentes, la indiferencia de los ciudadanos y la debilidad de la Democracia.