Pues bien, ahora estamos viendo a las claras en qué consistía realmente el cacareado ejemplo irlandés y a dónde conducía la irresponsabilidad fiscal y la alegre liberalización, casi sin límites, de la lógica del mercado. El problema es que aquellos economistas tan sabios parece que ahora miran al tendido, al tiempo que redoblan sus esfuerzos para vendernos otras mercancías ideológicas tan desreguladoras, antisociales y averiadas como las de antaño; por mucho que se presenten, una vez más, envueltas en la capa de la suficiencia econométrica y una pericia pretendidamente superior a la del común de los mortales.
Por ello, el viejo “ejemplo irlandés” debiera servirnos ahora de verdadero ejemplo sobre los efectos dañinos que causan los contrabandos ideológicos que circulan en nuestras sociedades; y sobre la necesidad de situar los debates económicos en sus espacios políticos naturales. Por lo menos, a la hora de equivocarnos siempre será mejor que lo hagamos todos, de la manera más democrática y consensuada posible. Y, además, si no nos dejamos turbar en exclusiva por los intereses de parte, ni por los propósitos particulares de grandes grupos de presión, es bastante probable que, con un poco de sentido común, no nos equivoquemos de manera tan estrepitosa.