El problema es que Bush ha estado en el “peor sitio” para los intereses del común de los mortales en el “peor momento”, con una crisis económica que está alcanzando unas dimensiones peligrosas, en un contexto general de notable falta de confianza política. Lo que está ocurriendo en los últimos días en Estados Unidos muestra debilidades políticas y de liderazgo que no facilitan la adopción de las decisiones necesarias para hacer frente a la crisis y para generar en la opinión pública el clima de confianza que requiere la recuperación del buen funcionamiento de la economía.

Pero, no se trata sólo de Bush. También McCain y Obama salen tocados de este esperpento y en general casi toda la elite política de Washington. Antes de someter al Congreso la moción rechazada el 29 de septiembre, los líderes de los Partidos habían establecido lo que parecía un consenso seguro. La Presidenta del Congreso, la demócrata Nancy Pelosi, incluso había sentenciado solemnemente que “la fiesta de Wall Street había acabado”. Pero, al parecer las cosas no estaban tan atadas como se presumía y eran muchos los representantes que no coincidían con las propuestas del equipo Bush, bien por considerarlas inoportunas, inapropiadas ideológicamente, o injustas para los contribuyentes medios que tendrían que pagar de sus bolsillos los desafueros de quienes se habían enriquecido de manera, a veces, irregular y tramposa.

Al final, por unas u otras razones, lo cierto es que el 29 de septiembre se transmitió a la opinión pública mundial una imagen de desacuerdo y desgobierno que ha precipitado caídas en cadena en las Bolsas mundiales.

La impresión que la gestión de la Gran Crisis produce es que no tenemos sólo problemas económicos, sino que también tenemos serios problemas políticos, no sólo en Estados Unidos. La opinión de muchos ciudadanos es que las actuales elites políticas son un tanto deficientes e incapaces de operar claramente en función del interés general, cuando las circunstancias lo requieren.

Los comentarios y latigillos que, en momentos como los actuales, manejan diversos líderes, descalificando “pobremente” a los contrarios para intentar sacar ventaja partidaria, producen una sensación penosa. ¿Acaso no comprenden que no es un momento para chascarrillos y evasiones, sino para tomar conjuntamente medidas eficaces y solidarias?

La impresión de pobreza y de falta de capacidad resolutiva que se destila desde los círculos políticos está empezando a generar reacciones peligrosas entre comentaristas, analistas y medios de comunicación, inicialmente poco sospechosos, y que, ante tales circunstancias y tendencias, a veces reclaman que las decisiones económicas importantes sean adoptadas desde instancias no-partidarias, sin caer en la cuenta de que por tal vía se podría producir un auténtico vaciamiento de la democracia, y que lo que realmente hay que hacer en estos momentos es reclamar solvencia y eficacia a los líderes políticos.

Y, por cierto, ¿dónde están los sindicatos? ¿Y la Internacional Socialista? ¿Continúa existiendo? ¿Están proponiendo algo sustantivo y específico los partidos socialdemócratas europeos? ¿Cuáles son las alternativas de la socialdemocracia oficial frente al modelo de la “codicia desmedida” y el “estatalismo de los ricos” que postula la derecha más rancia e insolidaria? ¿Quiere jugar Europa algún papel en la necesaria reconstrucción positiva que habrá que emprender después de la desastrosa era Bush? ¿A quién pasarán factura los que quedarán desempleados, arruinados y desmoralizados como consecuencia de la desastrosa gestión política de la Gran Crisis?