No es que huyamos de comentar hechos puntuales y concretos, sino que lo que pretendo, más allá de si suben o bajan los precios de las materias primas, o de los alimentos, o las cotizaciones de bolsa, es efectuar un análisis dentro de un contexto en donde unas estructuras determinan esos acontecimientos y a su vez estos hechos influyen en las estructuras.

Pues bien, esta colaboración se inicia justo cuando la economía mundial sufre un proceso de desaceleración en relación con los elevados crecimientos que se han venido dando en los años anteriores. Estamos ante un cambio de ciclo que no sabemos con exactitud qué envergadura tendrá y cómo afectará a las diferentes economías, al tiempo que no se puede precisar hasta qué punto los países emergentes que están teniendo unas tasas de crecimiento espectaculares, como China y la India, podrán contrarrestar el menor crecimiento de Estados Unidos. De esto hablaremos en otras colaboraciones futuras, pues ahora quisiera plantear cómo veo la situación de la economía global.

En el artículo “Cabalgando a lomos de un tigre”, publicado en “El País” (23/04/2007), Koldo Unceta y yo señalábamos que la economía mundial no ha hecho más que crecer desde principios del siglo. La tarta ha aumentado considerablemente desde entonces. Si nos atenemos a las cifras, la producción mundial de bienes y servicios, como promedio, ha venido creciendo de manera prácticamente ininterrumpida. Durante los últimos tres años, el crecimiento medio del PIB mundial ha rondado el 4%, siendo mayor aún en zonas como África –en torno al 5%-, o el Sur de Asia –con tasas superiores al 8% entre 2004 y 2006-. Ahora bien, ¿qué representan esas tasas de crecimiento? ¿En qué medida han contribuido a cambiar el panorama económico y social del mundo para los próximos años?

No cabe duda de que un crecimiento de esta naturaleza ha tenido efectos positivos en la disminución de la pobreza, en el empleo y en la mejora de los ingresos de los sectores sociales menos favorecidos. Sin embargo, el crecimiento no ha atenuado sensiblemente las grandes diferencias económicas que separan los niveles económicos de los países ricos y pobres. La desigualdad en regiones como América Latina sigue siendo excesivamente acusada. En suma, estos fuertes crecimientos no han tenido aún un efecto significativo en la lucha contra la erradicación de la pobreza, tal como pretenden los Objetivos del Milenio.

En efecto, el siglo XXI comenzó con la conocida como Declaración del Milenio, de septiembre de 2000, con la que los gobiernos de todos los países del mundo establecieron solemnemente una serie de compromisos en materia económica, social y medioambiental, que se plasmarían en los conocidos como Objetivos del Milenio, que pretendían entre otras cosas un mejor reparto de los frutos del crecimiento.

A pesar de las tasas de crecimiento conseguidas subsisten no obstante excesivas desigualdades entre países e incluso dentro de ellos, lo que supone carencias y privaciones para millones de habitantes. Es de todo esto de lo que hablaremos en estas páginas.