No hay caso que mejor represente esto que la corporación RTVE y su eterno pero secundario debate entre calidad, rentabilidad, audiencia, objetividad o incluso idoneidad.

Para el caso concreto que nos ocupa, nos basta con limitarnos a formular preguntas sobre la necesidad de que TVE sea un canal reconocido por sus programas de calidad o por su capacidad para competir en el mercado audiovisual.

Hasta Diciembre de 2009 tuvo que luchar contra el resto de cadenas generalistas, adaptando su programación a las demandas de la publicidad en un enfrentamiento que no se le estaba dando especialmente mal, pero que la igualaba al resto de cadenas en cuanto a contenido, a nivel general.

Esta tendencia se ha roto con la desaparición de la publicidad en los canales públicos, que además ha provocado un aumento pronunciado de sus niveles de audiencia, situándola como líder de audiencia en estos primeros días del 2010.

Es especialmente significativo que determinados programas que podríamos denominar como “televisión de calidad” (pudiendo basar esta diferencia, al menos, en una basta comparación con programas del corazón, sensacionalistas, etc) como son los Informativos o Informe Semanal estén logrando picos de audiencia que antes no habían alcanzado.

Es evidente que este ascenso del porcentaje de españoles que ven ahora estos programas se debe a la eliminación de la publicidad, lo que nos lleva a la reflexión que este artículo pretendía desde el principio plantear; la publicidad es considerada como un coste para el espectador, en cuanto lo considera tiempo perdido o incluso desconexión del programa que estaba viendo (especialmente en el caso de la emisión de películas, que se ven interrumpidas con cortes de más de 15 minutos). Es un coste que los españoles pagan por ver programas que ofrecen a cambio un valor de entretenimiento que de otra forma tendrían que pagar con dinero, ya sea a través de la compra de las revistas del corazón o comprando entradas de cine.

De esta forma, el espectador obtiene una rentabilidad con la publicidad, siempre y cuando la emisión le interese, ya que paga con tiempo pero obtiene lo que quiere.

Esta fórmula condena irremediablemente a los programas de calidad, puesto que se mantenía el mismo coste (mismos minutos de publicidad) para un producto menos demandado, lo que a su vez retroalimentaba el desinterés.

Por lo tanto, la eliminación de la publicidad es la única vía para poder llegar a hacer de TVE una televisión de calidad, dado que elimina los costes para el espectador (cero interrupciones por anuncios) lo que le incentiva a valorar mejor el producto. En ese momento, los programas de calidad pueden llegar a competir con el resto de programas de las diferentes televisiones puesto que se han adaptado; ante una menor demanda es necesario bajar los costes del producto para, así, aumentarla. Se trata de generar una ventaja competitiva.

Esta ley fundamental de la Economía de Mercado está funcionando en la guerra de audiencias y está demostrando que en España hay un porcentaje mayor de gente interesada por la calidad y la cultura del que hasta ahora se calculaba. Bastaba con ajustar los costes y para eso está el Estado.

Si se aprende de la lección, podría significar una nueva y fiel apuesta por la calidad. Con un Estado dispuesto a rebajar los costes de la misma para facilitar su acceso.

Algunos lo llevan diciendo años, ahora Informe Semanal parece confirmarlo. Tal vez no sea casualidad.