La semana pasada Mariano Rajoy llamó a todos los españoles de bien a celebrar el Día de la Fiesta Nacional reivindicando la bandera y los signos de identificación de la españolidad de España, valga la redundancia en un tema, ya de por si, tan redundante.
Tan redundante pero tan necesario: Vive España momentos en los que parece que nadie honra su bandera, ni ninguno de sus símbolos nacionales, ni la Corona, ni su historia. Y, por eso, tiene que ser Mariano Rajoy, Centinela de la Españolidad, quien lo haga.
Ya lo avisó Aznar hace más de una década: el socialismo producía paro, corrupción y despilfarro. Pero aquello era sólo un aviso y aquel mensajero del miedo avisaba nada mas que del preámbulo del Apocalipsis que, a lomos de los caballos del terrorismo, el nacionalismo periférico, la disgregación de la convivencia nacional y la destrucción de la familia tradicional, iba a extenderse por España con la vuelta del PSOE al poder. Y ha ocurrido, está ocurriendo y, a modo de cáncer galopante, va a seguir ocurriendo si alguien no lo impide.
Por ello, la iniciativa del Partido Popular no va a cesar. Es necesario que, el Día de la Madre, por ejemplo, vuelva a hacer Rajoy un llamamiento a todos los hijos agradecidos para que honren a su madre y, en su nombre, a la madre naturaleza y, en fin, a la Madre de todas las madres. Y, lo mismo, el Día del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Y cualquier otro día conmemorativo de cualquier otro valor colectivo. Porque en España se ha extendido, al parecer, el materialismo más atroz que, engendrando toda clase de egoísmos, se está llevando por delante toda ideología que sustenta nuestros valores tradicionales familiares, patrióticos y sociales.
Pero no sólo eso: cada lunes, después de la sesión de “maitines”, debería Rajoy rechazar, mas que el propio Gobierno que, naturalmente, no lo hace, los muertos de tráfico del fin de semana anterior. Y sumar a ese rechazo el de los accidentes laborales, el de la violencia de género, el de las violaciones sexuales y los de toda clase de abusos y acosos que se producen en España.
El formato de su aparición podría ser similar al utilizado el día de la Fiesta Nacional, sin más que hacerse acompañar por alguna víctima de tales desgracias. Con ello evidenciaría Rajoy, no solo su rechazo a tales hechos y, por ende, su absoluta falta de responsabilidad con los mismos, sino su distancia diferenciadora de aquellos que no hacen los mismos gestos y, por ello, algo tendrán en su conciencia que les delata como autores, cómplices o colaboradores.
Mismo tratamiento debería tener cualquier otro hecho luctuoso, ya sea un incendio, una inundación, un terremoto o la erupción de un volcán. Incluso un descenso importante de las cotizaciones bursátiles o, por supuesto, una crisis internacional económica, deberían contar con la inmediata alocución del líder Rajoy a todos los españoles. Sin olvidar el hecho de que, cada día, muere gente por causas naturales.
Porque se trata no solo de denunciar el origen de todas las desgracias, es decir, señalar el Mal y, mas concretamente, el Núcleo del Mal, que ya sabemos todos a estas alturas donde radica, sino de enfrentarlo con el Bien, identificado, esta vez no por la paloma de la paz, sino por la gaviota del PP. Y, así, exorcizar al Maligno y desterrarlo para siempre de nuestro suelo patrio. De momento, al menos hasta marzo, silbarlo y abuchearlo.
Por tanto, no debe considerarse la alocución de Rajoy como el “acabóse”, sino, como diría Quino, como el “empezóse del acabóse”.