Todo el ruido mediático y la rumorología lanzada en torno a lo que podía ocurrir el 12 de octubre y a una hipotética y fantasiosa crisis institucional de la Corona se quedó en agua de borrajas. Por encima del afán crispador de unos pocos, se impuso la sensatez y el ánimo pacífico y constructivo de la inmensa mayoría de los españoles que celebraron su fiesta nacional con total normalidad.

Un par de manifestaciones extremistas –de uno y otro signo– y dos o tres centenares de aguafiestas pitando como descosidos al Presidente del Gobierno en el momento más inapropiado del acto de homenaje a los caídos del Ejército español en misiones de paz, no traducen los riesgos de inestabilidad y tensión que habían vaticinado determinados profesionales de los medios de comunicación, en un ejercicio de pretendida anticipación en el que es difícil saber si había más dosis de “whisfull thinking” que de irresponsabilidad.

Después del fiasco es de esperar que los hipócritas, y los que los alientan y/o pretenden aprovecharse de ellos, nos den un tiempo de descanso.

Mientras tanto, habría que empezar a pensar en cómo habría que poner coto al afán de crispación de unos pocos, limitando sus insensatos análisis y formulaciones al escaso espacio mediático que les debe corresponder en una democracia madura y asentada.