La Comunidad Valenciana no se ha salvado de la mancha pringosa que el PP imprimió allí donde ha gobernado: Baleares, Madrid, Valencia, o el propio Gobierno de Aznar, con aquellos sospechosos pelotazos de amigos y ministros que definían una época de soberbia política, imparables ante las elecciones, triunfadores ante sus militantes, y capaces de superar todas las líneas rojas de la decencia y la ética, porque el fin político justificaba cualquier medio.

Francisco Camps llegó nombrado a dedo por un polémico y descarado Eduardo Zaplana, del cual se han rumoreado cientos de historias y anécdotas sobre su falta de compostura y valores. Llegó Camps simulando ser un honorable, honesto y austero padre de familia. Con una carrera política a sus espaldas poco lucidora: había sido asesor del ayuntamiento (bajo las faldas protectoras de su madrina política Rita Barberá), concejal, diputado nacional, secretario de Estado, delegado del gobierno, conseller de Zaplana, y alguna cosa más, hasta aterrizar como candidato “digital” del PP en Valencia. Y siempre había pasado inadvertido; como una sombra.

Lo primero que hizo fue matar al padre. Adiós a Zaplana. Con su corte pretoriana, su primer objetivo fue la organización del PP valenciano, para no tener rivales internos. Lo segundo, rodearse de “amigos fieles” que le deban todo lo que son. Así, ha formado los gobiernos de perfil más bajo y grisáceo de toda la historia democrática; buscando en lugar de políticos, amigos/as que le rindan pleitesía.

Sentado en el trono, su control resultaba imparable. Incluso para garantizarle a Rajoy, con su apoyo político y económico, su continuidad en el cargo. Rajoy es heredero de su pasado y de las deudas contraídas en el presente.

Ahora, el jaque al rey judicial y político amenaza al PP valenciano y crea la mayor crisis institucional democrática jamás vivida en España: un Presidente a punto de sentarse en el banquillo.

En una cosa tiene Camps toda la razón: ¿quién se va a creer que su honorabilidad está entredicho por “tres trajes”? Efectivamente, no son tres trajes. Además, son los regalos a los hijos, la mujer, la familia, las facturas falsas, los sobrecostes, el dinero al Gürtel, y la posible financiación ilegal de sus campañas electorales. Efectivamente, no son tres trajes. Ha sido la compra descarada del poder con medios, no sólo inmorales, sino también ilícitos.

Camps ha mandado un mensaje nítido y claro a Rajoy. Quiere convocar elecciones anticipadas como plebiscito. ¿De verdad quiere? ¿O simplemente es una directa amenaza para decir que él no se va gratuitamente por la puerta de atrás? Pero, quiera aceptarlo o no: Camps está muerto políticamente.

Ni su propio partido en la Comunidad Valenciana le permitirá que encabece nuevamente una lista autonómica. ¿Lo permitirán los zaplanistas, quienes ya se niegan a respaldar y aplaudir a un presunto culpable? ¿Lo permitirá Rajoy, quien debería cargar con la sombra de la corrupción mientras Camps esté presente? Porque una cosa son los aplausos de escenografía y ensayo que una parte del PP valenciano realiza delante de las cámaras, y otra realidad bien distinta son los pasillos, los cafés, los comentarios, las miradas huidizas, y la angustia patente que se vive entre diputados/as y miembros de la dirección del PP pensando cuánto tiempo aguantará Camps y les hará seguir sufriendo tal calvario.

La mayoría desea que Rajoy tome medidas, que sea él quien haga el trabajo sucio de “despedir” a Camps. Pero Rajoy sigue dejando que el tiempo pase y escurriendo el bulto. Como siempre, la pregunta que todos, dentro y fuera del PP nos hacemos, es cuánto sabe Rajoy para permitir tales vergüenzas y corruptelas.

Matas, Fabra, Bárcenas, los imputados de Madrid, y ahora Camps. El PP necesita limpieza y regeneración. Rajoy está obligado a hacerla. Aunque quizás, también él deba dejar paso a un nuevo liderazgo, sin manchas, ni sombras, ni dudas, ni corrupción.