Vayamos con los perdedores. Se han contabilizado 3.657.450 votos, unos 500 000 más que en 2010: 3.152.630. A pesar de esta afluencia CIU, Artur Mas -no es abusivo personificar- pierde unos 90.000 votos. De haber mantenido el porcentaje de 2010 hubiera cosechado más de 1.400.000, con lo que su pérdida respectiva es de casi 200.000 votos. No hay discusión alguna, es un fracaso total. El segundo perdedor es el PSC, que con idénticas consideraciones pierde realmente 50.000 votos y virtualmente el doble, 100.000.
Los otros ganan, muy particularmente ERC (unos 277.000) y C’S (170.000). Parece evidente que al PSC se le han ido votos hacia ERC e IU. El voto de ERC es desde luego algo muy particular, como la formación política. Vive de confusiones, de mezclas de ideología de izquierda, de identificación republicana y de independentismo. Hace unos pocos años, en tiempo del tripartito, coincidí en París en un seminario con un representante de ERC, Rovira, no el que la presidía sino un pariente, creo que su hermano pero no lo puedo asegurar. En tal ocasión me precisó que la finalidad de su formación política era la Tercera República de Cataluña. Le pregunté cuándo había sido la Segunda y ahí discrepamos. Una vez han tenido República propia, otra vez Reino catalán. Pero esto es realmente sin importancia. Saben manejar hábilmente las dos facetas. Así, después de haber sido castigados, como el PSC por la gestión de gobierno tripartito, ellos consiguen no solo recuperarse sino progresar mucho con la proclama de la república independiente de Cataluña. Hay que felicitarles por esa habilidad política, pero personalmente desconfío mucho de la utilización que puedan hacer de su victoria para poder proporcionar la solución a los problemas de los ciudadanos catalanes. En algo me recuerdan a los anarco-sindicalistas y la II República.
CiU no lo ha perdido todo. Ha ganado dos años de gobierno y para Artur Mas es muy importante asegurarse dos años más de gobierno. En estos cuatro años pueden pasar muchas cosas. Puede resolverse la crisis, se puede hacer una gestión desafortunada del tema de la autodeterminación por parte del gobierno central y provocar un cierre de filas de los partidos independentistas tan dispares hoy. Además, sabe que ha metido el gusano en la fruta y que esta ya no puede venderse así, salvo en una rebaja para que la compren los míseros o ciegos. Hay que sanearla, y el único método es quizá ofrecer otra totalmente sana. El problema es que ha perdido la iniciativa y que esta la tienen de una parte el Gobierno de Rajoy, aunque no es seguro que se dé cuenta de ello, y de otra ERC que va poder subastar la independencia con perpetuas iniciativas locales y parlamentarias. No teniendo ni la más mínima perspectiva de responsabilidad autonómica, y no digamos nacional, va a desencadenar un activismo populista que en otros tiempos tantos disgustos dio en la Ciudad Condal.
Queda un perdedor con algún triunfo aún en sus manos: el PSC. Posiblemente haya tocado fondo. Pero representa unos valores serios y duraderos en la política. Hoy le ha pillado en pésima posición el adelanto electoral, tirando por la borda sus tradicionales y muy democráticos procedimientos para establecer programa y candidatura. Su opción federal tenía un defecto mayor: ser sensata en un debate de extremismos. Hubo tiempos de exilio y clandestinidad del PSOE durante los cuales este tuvo que defender una posición política aislada y criticada, pero que finalmente fue reconocida como la más adecuada para resolver los problemas institucionales de España. Hoy le queda al PSC tiempo para concretarla, pulirla y sobre todo hacer de ella una política real, no un parche circunstancial. Tiene la ventaja de poder hacerlo dentro de Cataluña y también fuera, siempre y cuando el PSOE, más que su aliado, su hermano de idéntica madre, la familia socialista, entienda que ese problema que en unos meses ha tenido que afrontar desastrosamente en Euskadi, Galicia o Cataluña, no es meramente un problema de más o menos de autonomía, es un problema de avanzar hacia una solidaria y prospera sociedad socialdemócrata.