Me hubiera gustado detenerme en esto. Pero ha muerto Ana María Matute, y si he de hablar de cuentos, prefiero los suyos. Los que han acompañado a varias generaciones de una grande de la pluma que se dedicó a las fábulas porque de niña pasó hambre y miseria y a través de la literatura aprendió a ser feliz. Nos ha dejado el hada madrina de los niños y de las niñas, justo cuando estos más necesitados están. Porque mientras el señor Gallardón empuja las libertades de la mujer y se preocupa de los derechos de los no nacidos, imponiendo una ley del aborto que trae consigo retroceso y olor a tiempos de televisión en blanco y negro, hay niños y niñas en España que necesitan que se reivindiquen sus derechos, algo que parecía ya superado. Niños y niñas que pasan necesidades típicas de tiempos pasados y olvidados, pero que les hacen rugir las tripas por las noches. La exclusión social suele azotar a los más indefensos, y en este caso, hay pequeños y pequeñas que están siendo víctimas de situaciones donde nada importan los impuestos a pagar, o lo que se lleven por detrás algunos, puesto que de lo que se trata es de garantizarles (garantía: esa palabra mágica que hasta ahora iba de la mano de ese Estado de Bienestar del que hablaba antes) unos mínimos que les permitan hacerse hombres y mujeres, gozando de la igualdad de oportunidades que exige nuestro sistema cuando está bien entendido.

Y no ha de estarlo, porque según el informe de UNICEF La infancia en España 2014, un 27,5% de los niños en nuestro país vive en riesgo de pobreza, y datos como el fracaso o el abandono escolar, superan en ambos casos el 23%. El estudio dice algo importante: los niños importan, su valor social va mucho más allá del ámbito doméstico; son un asunto de sus familias, pero también de todos. En una sociedad egoísta donde acampan valores neoliberales en los que el más débil es el más desafortunado, hay que concienciar a la sociedad de que otro modelo es posible. Un modelo donde se luche contra la pobreza infantil y se promuevan políticas inclusivas. Donde la educación sea un derecho y se fomenten sistemas de calidad para todos.

Los niños importan… y no sólo los no nacidos. Hay que garantizar –y sé que me repito—una infancia digna a todos los niños y las niñas que ya están aquí. Ana María Matute, grande entre los grandes, supo encontrar en los niños y las niñas ese bien preciado que es el futuro. A ellos les dedicó cuentos donde los finales no eran políticamente correctos, sino que les ayudaban a ver un mundo diferente. Pienso en Paulina, el mundo y las estrellas; o en El polizón de “Ulises”, en Sólo un pie descalzo, en La rama seca… o tantos y tantos cuentos de esa grande que se ha ido. Nosotros hemos de no olvidar nunca ese mensaje, porque sin ellos y sin ellas, no hay futuro.