El Índice de Desarrollo Humano (IDH) se calcula en estos informes para todos los países del mundo. Para su obtención se cuantifican y ponderan indicadores de salud, de educación y de renta. En el reciente informe, en el que se han estudiado 177 países, Islandia se sitúa a la cabeza del desarrollo mundial, seguido de Noruega, quien ocupaba la primera posición en años anteriores. A continuación figuran Australia, Canadá e Irlanda. El examen minucioso de los indicadores que componen el IDH nos revela en qué aspectos del desarrollo cada país acumula mayor proporción de su éxito y, también, de su fracaso.
Una de las novedades más llamativas de este nuevo informe es el avance de España en este ranking: ascendió seis plazas respecto al informe del año 2006, pasando del puesto 19º al 13º, inmediatamente después de Estados Unidos. Lejos de deducciones triunfalistas debemos reconocer que la desaparición física de una parte de la población anciana en España, con bajos niveles de instrucción debidos a las penurias que históricamente hubieron de vivir, justifica en parte estos avances, como se comprende algo ficticios, ya que parece ser la disminución de la proporción de analfabetos el factor que más incidió en el progreso final del indicador global de desarrollo.
A pesar de que España avanza adecuadamente en riqueza seguimos siendo uno de los países de alto nivel de desarrollo que mayor pobreza registra (12,5% según el indicador combinado de pobreza que aporta este informe -IPH2-). El alto nivel de desigualdad que ostentamos de manera estable (el 10% más rico de la población acumula 10 veces más que el 10% más pobre) no habla muy bien de políticas que deberían primar a los más desfavorecidos en el reparto de beneficios sociales, y que no lo hacen. El bajo gasto público que realizamos en sanidad (5,5% del PIB) o en educación (4,5%), entre los más bajos de los países más desarrollados, alertan sobre la necesidad de ahondar con más energía en ciertas políticas públicas equitativas.
Al otro lado de la tabla, en la realidad opuesta del mundo en que vivimos, se sitúan los países con más bajo nivel de desarrollo, todos pertenecientes a África Subsahariana, con Sierra Leona en el último lugar. Registran según el IDH un déficit de un 65% (IDH de 0,35) respecto al desarrollo máximo que es posible alcanzar en la actualidad, mientras que España, por ejemplo, muestra un déficit sobre ese máximo ideal de apenas un 5% (IDH de 0.95).
El abismo, de nuevo, entre el mundo opulento y el que subsiste en niveles intolerables de privación resalta en este interesante análisis como un aldabonazo a la conciencia común. Buscar soluciones a estas diferencias sería la mejor aportación de estos informes como herramientas destinadas a conseguir el bienestar colectivo.