El mensaje lanzado por la Presidenta de la Comunidad de Madrid, con un recorte brutal que pone en riesgo incluso los sueldos de los docentes universitarios, ha situado a España al mismo nivel que cualquier república bananera, no sólo en lo que a seguridad se refiere, sino sobre todo por la imagen que se está dando de carecer de una visión de futuro mínimamente seria.

Esta sensación de falta de atención a la educación, y la carencia de un plan adecuado de incremento del gasto educativo orientado a poner a España a niveles similares a los de los países más avanzados, está coincidiendo con diversos factores de malestar acumulado: la falta de una red suficiente de jardines de infancia, las carencias de la educación secundaria, los malos resultados en los indicadores de calidad internacionales, la ausencia total de las Universidades españolas en los rankings internacionales de mayor prestigio, etc. Y, por si esto fuera poco, nos empezamos a situar ante el vértigo que produce la famosa “adaptación a Bolonia”, es decir, la adaptación de los planes de estudios y de la estructura formativa de las Universidades españolas a los criterios de una convergencia europea.

Más allá de la proclamación solemne de propósitos genéricos, lo cierto es que la sensación general existente en estos momentos es que la forma en la que se ha abordado en España dicho proceso “teórico” de convergencia, más que aproximarnos a un criterio de calidad europeo, nos aleja de él. Durante estos días, cuando se acerca el momento de la verdad de implantar los nuevos enfoques y planes de estudios, muchos profesores universitarios se preguntan si los nuevos planes y planteamientos van a ser mejores o peores que los antiguos; y la impresión bastante mayoritaria es que van a ser PEORES. Ese es el espíritu con el que se emprende una reforma que ha sido abordada en España con peculiaridades y con errores de planteamiento que ya empiezan a hacer notar sus efectos.

Si a eso añadimos que la reforma se va a emprender sin los recursos económicos suficientes –e incluso con riesgos de inseguridad en los salarios y en otras inversiones imprescindibles– se entenderá que existen bastantes posibilidades de que los actuales malestares subyacentes acaben desembocando en una actitud abierta de crítica y de protesta. En este sentido, las protestas masivas que están teniendo lugar en algunos países europeos y las manifestaciones que están empezando a producirse en España es posible que sean los preludios de unas acciones de rechazo y de reivindicación de mayor extensión y más amplio calado. Lo cual, en las actuales condiciones socio-económicas, podría ser el catalizador de otras manifestaciones críticas.

Hay que permanecer atentos, pues, a las posibilidades de que alguna chispa acabe prendiendo en el actual malestar educativo, en unos momentos en los que no es difícil constatar altos riesgos de inflamabilidad en el ambiente. Por cierto, ¿alguien predijo el 68?