Aquellos que no están viviendo directamente, y desde dentro, la situación de muchas universidades españolas no pueden comprender bien el lío en el que nos estamos metiendo. Pero, créanme que algunos no salimos de nuestro asombro. En los últimos años se ha perdido ya la cuenta de las nuevas normativas sobre diferentes aspectos de la vida universitaria. Algunos medios de comunicación han acogido el último decreto regulador de los estudios de doctorado como el quinto que se ha publicado en los últimos cinco años. No sé si habrán hecho bien las cuentas, pero lo cierto es que los que estamos implicados en tales actividades estamos aburridos y preocupados. No es mi intención negar aquí la buena intención posible de los legisladores, ya que en casi todas las iniciativas reguladoras es posible encontrar medidas y propuestas que podrían ser positivas en sí mismas consideradas, pero el resultado en su conjunto es de notable inestabilidad y confusión, al tiempo que se está contribuyendo a hacer menos atractiva y productiva la vida universitaria; a no ser que uno decida apartarse de todo el maremágnum cotidiano y aislarse lo más posible en su labor investigadora y docente, dejando que otros pechen día a día con las interminables exigencias burocráticas y de organización-desorganización.
En la Universidad de la que formo parte, prácticamente una semana sí y otra también los que tenemos alguna responsabilidad recibimos varios proyectos de nuevos reglamentos, regulaciones, estatutos y ordenamientos, así como convocatorias para un sinfín de comisiones y órganos consultivos y de representación. Solamente en la Facultad, por ejemplo, tenemos una Junta de Facultad, con sus correspondientes comisiones permanentes y ad hoc; tenemos comisiones de coordinación de Grados y de los cursos Máster, con sus responsables y coordinadores; tenemos consejos de Departamento, con tres o cuatro comisiones delegadas; comisiones generales de doctorado e investigación; comisiones de evaluación de unidades docentes y materiales didácticos; comisiones para resolver o informar sobre becas, convalidaciones y plazas docentes y, por supuesto, comisiones informativas para intentar estar mínimamente enterados de todas las novedades que van produciéndose a un ritmo incesante.
La propia forma en la que se organizan las tareas docentes y el control –perdón, la “verificación”– del aprendizaje por parte de los alumnos no es precisamente un paradigma de claridad y rigor, por no mencionar las maneras “digitales” de desarrollar algo tan serio como la selección –perdón “acreditación”– del profesorado universitario y otros trámites importantes. Y eso sin mencionar los mecanismos para la evaluación de los materiales docentes, a veces por personas escasamente cualificadas y bastante ignorantes de las materias de las que se trata. Lo cual no les impide argumentar sobre la “necesidad” de incluir más esquemas y gráficos explicativos en los textos, o incorporar apéndices y glosarios, a modo de pequeños diccionarios, que “aclaren” a los alumnos de qué se está hablando en los textos (?).
Determinados experimentos didácticos y evaluativos en algunas universidades es prácticamente imposible que puedan funcionar, debido a la notable parquedad de recursos materiales y de personal, y cuando los profesores hacen constar esta imposibilidad, en las múltiples reuniones a las que son convocados sin pausa ni cuartel, no es infrecuente que se les pida que procedan a realizar al menos simulaciones inventadas –en el papel– de las evaluaciones continuas –que no se pueden hacer–, o de algunos otros cometidos tan ingeniosos como inviables prácticamente. El resultado es que podemos encontrarnos ante un esfuerzo insólito por mantener unas falsas “apariencias” requeridas por unos “pedagogos” escasamente pedagógicos y por unas mediocres “burocracias” ad hoc que tienden a suplir, y suplantar, el antiguo papel de los profesores y catedráticos genuinos.
No crean que exagero, ni que me dejo llevar por algún tipo de pesimismo coyuntural subyacente. El resultado práctico de todo este maremágnum –si no hay cambios drásticos y urgentes– vamos a verlo en poco tiempo. Ojalá que me equivoque, pero lo más probable es que cuando las múltiples disfunciones de lo que se ha venido haciendo durante los últimos años –no sólo por los gobiernos de Rodríguez Zapatero– den la cara de manera explícita, y el malestar se extienda a los estudiantes, a algún responsable político se le ocurrirá la genial idea de solucionar el problema económico de la Universidad subiendo sustancialmente las tasas, de forma que lo que tengan que pagar los alumnos se aproxime mucho más al coste de lo que reciben. Lo cual es mucho decir. Entonces nos encontraremos con importantes conflictos estudiantiles, que algunos dirán que no han sido previstos.
Ante toda esta dinámica, la inmensa mayoría de los profesores y estudiantes universitarios han venido reaccionando –hasta ahora– con mucha paciencia y buena voluntad, intentando ser comprensivos y adaptarse a las nuevas realidades. Ahora, sin embargo, mi impresión es que el clima está cambiando y la tendencia, de momento, es hacia el retraimiento y a “pasar” en todo lo posible. De hecho, la labor de los gestores universitarios, sobre todo de los decanos, rectores, vicerrectores y coordinadores, es cada vez más complicada, difícil y exigente. De ahí el cansancio que se detecta y la inclinación de algunos de los mejores universitarios a retirarse de las tareas de gestión y representación. Esto “quema mucho”, se escucha con frecuencia.
El fracaso del actual Ministro de Educación en su propósito inicial de llegar a un gran pacto educativo, que permitiera superar el permanente cambio normativo, ha contribuido a complicar las cosas y a añadir dosis adicionales de pesimismo y preocupación. Su propósito fue acogido muy positivamente por casi todas las personas concernidas en el mundo educativo, y todavía no se ha acabado de comprender cómo es posible que los grandes partidos políticos españoles no sean capaces de entenderse en un asunto de tanto alcance y de tanta importancia estratégica para el futuro de España.
El precio de todo esto, sin duda, lo vamos a pagar todos. Por eso, algunos artículos que están publicándose últimamente sobre estas cuestiones en la prensa diaria no piensen que están exagerando lo más mínimo.