Desde el punto de vista futbolístico, este país sólo es conocido por ofrecer contratos fabulosos a algunos futbolistas europeos cuando al final de su carrera ya no pueden competir con los jóvenes venidos de las canteras o de los países subdesarrollados. No tiene ningún equipo que haya marcado la historia de un deporte tan universal como el fútbol. Sus condiciones climáticas son totalmente adversas a la práctica de un deporte que siempre se programa en estaciones de otoño, invierno y primavera para evitar el excesivo calor.
Pero a los príncipes árabes se les ha antojado obtener el Mundial y lo han conseguido. Los petrodólares han llovido sobre la FIFA reunida evidentemente en Zurich, donde se ha construido un lujoso búnker que, desde fuera, es toda una fortaleza con muros ciegos para que nada filtre ni de fuera para dentro ni de dentro para fuera. Ha obtenido, se supone cómo, la adhesión de celebérrimos futbolistas como de Zidane o Guardiola, para apoyar esta sinrazón. De paso, ¿se ha preguntado Zidane lo que se podría hacer para la investigación sobre enfermedades hoy incurables y que patrocina, si se utilizase la décima parte de lo que va a costar este capricho?
Se van a dedicar nada más que cien billones de dólares para construir estadios. Y como la temperatura es de unos 45 grados ¡se climatizarán estos estadios!
El derroche de millones para comprar jugadores y pagarles después sueldos a todas luces indecentes era ya un síntoma bastante claro de la desviación de valores actuales. Cuando tanta alarma suscita la deuda soberana de las naciones, de los municipios o de los particulares nadie se inmuta ante tales despropósitos de los clubs.
Resulta simbólico malgastar tanto dinero cuando tantas necesidades existen por el mundo. Basta con recordar que el propósito no alcanzado de Naciones Unidas de erradicar el hambre bien podría haber sido cumplido con utilizar mejor esta suma astronómica de dinero. Pero además cuando veremos en Cancún, en la Conferencia para avanzar en la lucha contra la destrucción del Planeta, la intención de los príncipes del Qatar, avalada por el mundo occidental, una verdadera provocación antiecológica.
Simbólico por ilustrar la pérdida de valores de nuestra sociedad perfectamente condensada en las prácticas del fútbol. Y que conste que soy un amante apasionado de este deporte que he practicado con locura. Pero estamos en una carrera ciega hacía el individualismo como ilusión y justificación de cualquier agresión a la pura ética social. Pisoteamos alegremente lo fundamental para agitar ante los ojos maravillosos pero nublados de los pueblos lo inaccesible. Cuanto más inútil se es socialmente más famoso resulta.
Simbólico por la absurda carrera hacia el hiperlujo, los bienes de precio demencial. No faltarán en nuestros medios de comunicación justificaciones del estilo: se crearán en Qatar millares de puestos de trabajo para palestinos o filipinos. El Mundial dará un empuje a las economías de la región y con la mundialización todo el mundo se aprovechará. Los mismos cuentos de siempre; ¿como si no fuera más fácil y eficaz dar trabajo a los palestinos, los pakistaníes o los filipinos en su tierra? Hace unas semanas, Niza -la capital de la Costa Azul- acogía en el andén, con orquesta, el primer tren de millonarios que enlazaba directamente Moscú con la Riviera. ¡Los esclavos aplaudiendo la llegada de los patronos!
Estamos en una crisis financiera, económica y social enorme, pero como cuando se hundió el Titanic, hasta el último momento seguirá tocando la orquesta.