En primer lugar, nos llegó la grata sorpresa del primer Presidente norteamericano negro. La primera potencia del mundo sorprendía rompiendo sus prejuicios, tabúes e historia, eligiendo a Barak Obama, un negro en la Casa Blanca. Pero con él llegaba también otra manera de entender las relaciones internacionales. Nacido en la otra costa de EEUU, la que no mira a Europa, conectado a través del Pacífico con Asia, enraizado por su origen con África, y una esperanza para el pueblo latino de Iberoamérica que lo vieron como a un posible aliado en vez de un enemigo potencial. Con Obama se recuperó también otra forma de entender la política que rompió la “agresividad” diplomática, las guerras exteriores, y el conservadurismo económico y cultural de Bush. De hecho, las medidas económicas que ha venido aplicando Obama han conseguido frenar la grave crisis económica y superar el problema del desempleo.

Obama se ha convertido en un líder mundial sobre el que recaen las miradas de la izquierda europea, buscando una esperanza a nuestra crítica situación eurocentrista.

En segundo lugar, nos llegó China. Convertida ya en la segunda potencia económica, y con pasos acelerados para convertirse en la primera a partir del 2020 (a la vuelta de la esquina), China es el país más poblado del mundo, que ya no necesita emigrar para buscar trabajo, que crece económicamente, y que realiza un difícil (y criticable) equilibrio entre el poder político y el económico, pero que ha conseguido destruir el mito conservador que afirmaba que “capitalismo y democracia eran caras de la misma moneda”. China se ha convertido en una potencia capitalista de primera magnitud sin necesitar al sistema democrático para ello. Pero, ¿cuánta dependencia tiene en estos momentos Europa del gigante asiático?

Pero tras la estela de China, sigue Corea, Vietnam, India, … un gigante asiático que, dormido económicamente durante siglos, ha despertado y ¡ruge!

En tercer lugar, la atención económica-política y mediática se ha desplazado también a otro continente: Iberoamérica. Un continente que emerge con fuerza, tanto en crecimiento económico como en desarrollo social. Aunque con grandes diferencias entre países, con profundas desigualdades todavía entre sus pueblos, Iberoamérica emerge, crece, y surge con algunos países, como Brasil, que lideran este crecimiento.

Brasil, el gigante iberoamericano, se ha convertido en un referente económico, con una clase media que emerge, con un crecimiento espectacular, y con unas apuestas de atracción mundial como el Mundial de Futbol en 2014 o las Olimpiadas en 2016. Pero no sólo llaman la atención económica, sino también política. Tanto Lula como Dilma Roussef mantienen la confianza sólida y la credibilidad de sus pueblos, traspasando las fronteras, convirtiéndose en líderes mundiales para la izquierda social y política. Actualmente, Brasil puede darnos lecciones también de democracia política, frente a una Italia, Grecia o la misma España con una ciudadanía indignada y una clase política por los suelos.

Al igual que ocurre en el continente asiático, detrás de Brasil, emergen también otros países que se atreven incluso a desafiar la “autoridad europea” y a la propia “Madre Patria España querida”, como Argentina o Bolivia, con decisiones de nacionalización y expropiación de empresas españolas, que hubiera sido impensable hace menos de una década.

Ya no somos nosotros los que ponemos freno en las fronteras a la llegada de inmigrantes en busca de la tierra prometida. Ahora, somos los españoles, jóvenes y no tan jóvenes (empresarios, directivos o titulados con la familia a cuestas), los que emigramos en busca de trabajo, esperando que recuerden nuestro “buen trato” y no los impedimentos para “regularizar papeles”.

La Historia es como un bumerán de ida y vuelta.

Y, por último, el día 13 de marzo vivimos la elección del nuevo Papa Francisco I.

También reúne algunas condiciones que nunca se habían dado en la historia: es jesuita y es argentino. La Iglesia sale del corazón de Europa y salta “el charco”. El poder de la Iglesia busca nuevos horizontes, nuevas formas de entender el catolicismo, nuevas alianzas.

¿Casual? Quizás la decisión de elección del Papa no tenga una “trastienda” de qué movimientos internacionales son más adecuados, pero a veces las casualidades no se producen solas.

Cuanto menos existe lo que definía al principio: el mundo se está moviendo desde que iniciamos el siglo XXI. Y Europa, por primera vez también en la Historia de la Humanidad, desde el origen del pensamiento, la sabiduría y el conocimiento, ha quedado rezagada, convirtiéndose en un obstáculo más que en una oportunidad, en un desencanto más que una esperanza, en un despropósito más que en un proyecto, en una involución más que en un progreso.

Europa está dejando que la Historia se escriba sin ella.