Una película, para jóvenes y no tan jóvenes, que nos garantiza pasar un buen rato con humor inteligente y fresco. Tan escaso en estos tiempos.

Gustará y divertirá tanto, a los que hayan leído la obra de Goscinny y Sempé o conozcan la historia de Nicolás, como a quién se acerque por primera vez a las aventuras de este crío y sus amigos. Esta cinta de Laurent Tirard, es una combinación de pasajes del libro pero trenzados de forma coherente y muy dinámica. Logra un ritmo constante, con suavidad y dulzura. Y en todo momento, mantiene la espontaneidad infantil en los diálogos así como la frescura en el retrato de todos sus personajes. Pone en valor la inocencia del niño y permanece fiel al encanto y a la ingenuidad de los padres.

El relato no es otro que la vida tranquila de Nicolás. Tiene unos padres que le quieren, una panda de amigos “fenómenos” con los que se divierte muchísimo, y no tiene ninguna gana de que cambien las cosas. Pero un día, Nicolás escucha una conversación entre sus padres que le hace pensar que su madre está embarazada. Le entra el pánico y se pone en lo peor: pronto llegará un hermanito que ocupará tanto espacio que sus padres ya no podrán ocuparse de él y acabarán incluso abandonándole en el bosque, como a Pulgarcito.

Una joya popular, de cuidada factura y sin mayores pretensiones que hacernos disfrutar con sus personajes. “El pequeño Nicolás” cuenta una historia conmovedora y naïf que despierta buenos sentimientos.

La puesta en escena, el atrezzo y su vestuario nos transporta a los años cincuenta o sesenta conducidos magistralmente por una banda sonora ligera que acompaña la historia sin cargarla artificiosamente. Todos los elementos del diseño de producción están en perfecta sintonía con esta historia conmovedora y humana en la que imaginamos, vivimos las travesuras de un niño, o asistimos al empeño de sus padres por lograr un ascenso laboral o una apariencia social. Nada que no nos sea conocido, pero contado con maestría y sinceridad.

Son muchas las joyas del cine francés y muy distintas, pero todas tienen en común una única pretensión, la de hacer disfrutar con sus personajes al espectador. “El pequeño Nicolás” sin duda, lo consigue. Con un tono positivo y sentimental que no renuncia a diseccionar las complejas pero maravillosas relaciones humanas.