Pero, una vez pasados los efectos de las primeras euforias, habría que verificar hasta qué punto una eventual mayor capacidad de comunicación y de explicación pública va a ser capaz, por sí sola, de superar la tendencia a la caída en intención de voto del PSOE. De hecho, algunas de las primeras reflexiones y comentarios sobre este particular han resultado un poco injustas –aun sin quererlo– para algunos de los responsables políticos sustituidos, en la medida que los retrocesos en intención de voto del PSOE no han obedecido solamente, y no sé si primordialmente, a la mayor o menor capacidad de explicación y comunicación de determinadas personas, sino a factores y tendencias objetivas y de fondo que, si no se cambia el rumbo político, lo más plausible es que persistan tras el nombramiento de los actuales ministros.

Desde luego, la nueva etapa abre expectativas y credibilidades, y eso tendrá que notarse en la dinámica política. Pero, en política no existen los milagros, ni la opinión pública cambia de la noche a la mañana. Por eso, la crisis económica y la implementación práctica de políticas (no sólo recortes) que no estaban en el programa electoral con el que el PSOE concurrió a las últimas elecciones, tienen un componente erosivo subyacente que no se podrá subsanar fácilmente a base de un mayor derroche de capacidad explicativa y de persuasión.

Por lo tanto, si no hay otros cambios de fondo, hay que ser conscientes de que las cosas no van a ser fáciles, ya que no es lo mismo gobernar con el viento a favor, que hacerlo con fuertes rachas en contra, cuando además son bastantes los que no entienden –ni comparten– el rumbo que se está siguiendo. En este sentido, haríamos bien en recordar que cuando la economía iba razonablemente bien y se planteaban determinados logros sociales, la popularidad y aceptación pública de María Teresa Fernández de la Vega, por ejemplo, alcanzaba cotas notables, incluso superiores a las del propio Presidente del Gobierno. Sin embargo, el tono de la opinión pública cambió significativamente en los últimos meses. Y cambió para todos, incluida la propia intención general de voto del PSOE.

Por ello hay que calibrar muy bien por qué se baja o se sube electoralmente en cada momento, no depositando ingenuamente toda la confianza en factores más o menos subjetivos y personalizados, ya que existen datos objetivos y elementos en la opinión pública que son suficientemente sólidos como para que no puedan ser doblegados por efecto de la simple propaganda. Esto no significa que no haya que hacer esfuerzos serios de explicación. Pero, sobre todo, hay que hacer buenas políticas que puedan ser bien explicadas a una ciudadanía madura que sabe a qué atenerse. Si no se entienden estas cuestiones de fondo, el riesgo es que los nuevos ministros se acaben quemando y que las intensiones de voto del PSOE no terminen de remontar.

En este contexto, algunas de las interpretaciones que se han realizado sobre los últimos nombramientos en clave sucesoria no están tan claras como se ha sostenido. Más allá de lo que pueda existir como intención, lo cierto es que Alfredo Pérez Rubalcaba, por ejemplo, antes como Ministro del Interior era una figura con mayores potencialidades políticas propias y con una más alta proyección de futuro, que después de ser nombrado Vicepresidente Primero y Portavoz del gobierno; funciones en las que tendrá que asumir un papel de escudo directo ante no pocos problemas y situaciones complicadas, que no siempre merecerán el aplauso y la comprensión. De hecho, ahora el Vicepresidente ya se ha convertido en un objetivo primordial a batir por unos sectores de la derecha que no entienden de muchas sutilezas ni de buenas formas democráticas. Pero, desde luego, es evidente que en política no se está sólo para recibir aplausos y parabienes. Y algunos lo saben muy bien desde hace años y lo tienen razonablemente asumido.