Así, ya en 1984, como consecuencia de la primera reforma, nace como fenómeno clave del actual panorama laboral la contratación temporal y comienza a acuñarse el término de “precariedad” para calificar sus consecuencias en el estatus de los trabajadores. Todas las reformas han tenido como objetivo explícito atacar las rigideces del mercado laboral, a las cuales el pensamiento dominante en economía achaca nuestra negativa particularidad como país en materia de cifras de desempleo. No obstante, es sin duda la más reciente reforma de2013 la que profundiza de forma más sustancial este proceso de flexibilización. Esta, como también hicieron las anteriores, se ha “vendido” como necesaria e inevitable, así como “equilibrada” donde ganan tanto empresarios como trabajadores. Tal propaganda no aguanta el más mínimo debate sobre ella. El objetivo de la reforma no es otro que el de abaratar el coste del factor trabajo para mejorar la tasa de beneficios de las empresas. Ello se alcanza a través de mecanismos tales como: reforzar el poder empresarial y debilitar a sindicatos y trabajadores mediante abaratar y facilitar los despidos, reducir el alcance de la contratación colectiva (los convenios), fortaleciendo los “acuerdos” individuales, y precarizar el mercado laboral. El efecto de todo ello será muy profundo y de largo alcance, y no sólo por lo que hace a las condiciones laborales sino también a la salud y calidad de vida, y aunque aún es pronto para valorar la totalidad de sus efectos (pues los más trascendentales no son los inmediatos por graves que éstos nos parezcan, sino aquellos que dejaran su impronta a medio y largo plazo), podemos con el conocimiento actual anticipar algunas de sus previsibles consecuencias.

La precariedad laboral y el empleo informal, como consecuencia de estas reformas, ha ido extendiéndose y ampliando sus formas, si en un principio afectaba a los trabajadores con contrato temporal hoy ya se extiende a cientos de miles de subempleados, becarios, trabajadores sumergidos o informales. Además otras múltiples formas de precariedad laboral se están ensayando ya en algunos países europeos, como es el caso del Reino Unido, donde ya son frecuentes (en 2013 afectaba al 3% de los ocupados) los denominados “contratos de cero horas” por los que el empleador no garantiza (ni paga obviamente) un número de horas de trabajo determinado. Hoy la precariedad no es un atributo de un mayor o menor número de trabajadores periféricos, vulnerables o descualificados, sino que ha impregnado, contaminando el conjunto de los empleos. El miedo a la pérdida del empleo, la reducción del salario o la limitación a la carrera profesional afecta a todos. Y no se trata de un miedo infundado, ya que algunos de los objetivos expresos de la última reforma laboral establecen medidas que afectan a la calidad de las condiciones de trabajo y por ello a la salud de los trabajadores. Tal es el caso del objetivo de “combatir el absentismo laboral injustificado”.

En primer lugar se da por sentado que existe un problema en el mercado laboral español a este respecto, lo cual es objetivamente falso. Así, si se analiza la composición de la supuesta alta tasa de absentismo injustificado vemos que la contingencia determinante de su volumen es la incapacidad temporal. Esta situación, es cierto, se produce por iniciativa y motivación del trabajador, si bien debe ser certificada por un médico, lo cual entra en contradicción semántica con el término de “injustificada”. Pues bien, al contrario de lo que proclaman algunos, basándose en estudios parciales y muy deficientes metodológicamente, en España ni hay ni ha habido en la última década un problema de absentismo, si al menos confiamos en los estudios de la OCDE. Es cierto que como otros fenómenos sociales el absentismo es difícil de medir y, por tanto, se presta a todo tipo de manipulaciones. Por ello, los informes de esta institución internacional tienen el mayor prestigio y según ella, en 2008 España tenía una tasa de absentismo por enfermedad, poco mayor que la de Alemania e inferior a la de Francia, Reino Unido, Estados Unidos, Holanda y la totalidad de los países nórdicos. Más recientemente, otro estudio de la OCDE, realizado con datos de 2012, sitúa nuevamente a España en una situación intermedia por debajo de Alemania, Francia, Reino Unido, USA y los países nórdicos que son los que invariablemente, año tras año tienen una tasa más alta, según estos estudios, sin que al parecer ello influya de forma preocupante en la salud de su economía. Pues bien, si los trabajadores españoles no éramos antes de la crisis los campeones de la vagancia laboral, mucho menos ahora, que según el informe de evaluación realizado por el Ministerio de Empleo se ha reducido este absentismo en 2013 casi un 14% respecto al 2012.

El absentismo de baja duración, el más afectado previsiblemente por esta reforma,y por la anterior de 2009, es habitualmente señalado como una “bolsa de fraude” que sería fácilmente influida por una mayor presión sobre la motivación del trabajador para solicitar la baja médica. Para lograrlo se proponen reformas en los procedimientos de declaración y, sobre todo en el control de la evolución de estos procesos, a través de instrumentos como la denominada “Ley de Mutuas” y las“tablas de duración óptima de las enfermedades”. Por ello, y dado que faltar al trabajo puede suponer, con las nuevas reglas laborales, ser despedido con aún más facilidad, el trabajador prescinde cada vez más del derecho a cuidar su salud, evitando declararse enfermo. Ello está dando lugar a un fenómeno socio laboral de signo opuesto al absentismo, esto es el “presentismo” laboral, es decir, la presencia de trabajadores en sus puestos de trabajo aun estando enfermos, cuya incidencia viene aumentado en los últimos años en España. Pero ello lejos de resultar un beneficio social es una mala noticia. Por supuesto lo es para el trabajador afectado, cuyo esfuerzo para cumplir con su tarea no encontrándose en condiciones adecuadas le genera una mayor fatiga, errores y propensión a accidentarse, y también para la economía en su conjunto ya que buena parte de las patologías leves sin el reposo necesario suelen cronificarse, incrementando a medio plazo los días de baja y su coste económico. Ello es así porque las bajas de corta duración tienen un efecto protector frente a buena parte de los riesgos laborales, lo cual es particularmente cierto en el caso de trastornos musculo-esqueléticos en los que la reducción de la inflamación y su curación solo es posible con reposo en los estadios iniciales del dolor.

Estudios rigurosos a nivel nacional, europeo e internacional vienen alertando del crecimiento constante de patologías y molestias musculo-esqueléticas en la población laboral. Los factores más frecuentemente causantes en el medio laboral de estas patologías son la permanencia en posturas penosas o fatigantes y la realización de esfuerzos repetidos. En Europa el porcentaje de expuestos a movimientos repetitivos de mano y brazo, situación que se consideraba más propia de sistemas de trabajo tayloristas del pasado, ha crecido en lo que va de siglo y afectaba en 2010 a más de seis de cada diez empleados. Además, casi la mitad de los trabajadores europeos debía adoptar posturas dolorosas o fatigantes durante su trabajo. Estos datos son ratificados en España por las Encuestas Nacionales de Condiciones de Trabajo, por lo que no extraña que casi ocho de cada diez empleados presente molestias musculo-esqueléticas achacables a su trabajo. Este porcentaje medio se dispara entre ocupaciones como las de transportista, sanitarios, hostelería y limpieza y en general todas las ocupaciones manuales. Esta manifestación de los propios afectados es sistemáticamente confirmada por los registros estadísticos. Así, la proporción de “accidentes por sobre-esfuerzos” sobre el total de accidentes con baja de cada año no ha parado de crecer durante las dos últimas décadas, pasando de representar el 17% del total en 1990 a suponer en 2012 casi el 39% del total de accidentes con baja, esto es hoy unos 160.000 al año. A ellos hay sumar el 80% de las enfermedades profesionales notificadas, otras 12.000 al año. Aunque estas cifras están, según los especialistas, muy por debajo de la realidad, debido a limitaciones y defectos de los procesos de declaración, muestran bien a las claras la dimensión del dolor físico con el que se convive en los puestos de trabajo. Por ello, las propuestas derivadas de las últimas reformas laborales enfocadas a reducir las tasas de absentismo y exigidas recientemente por el dirigente de CEOE el señor Rosell, sólo pueden lograrse a costa de incrementar el sufrimiento de los afectados, que ya vemos son una gran mayoría de los ocupados, los cuales se verán desincentivados de atender las manifestaciones precoces de sus patologías, por miedo a las consecuencias laborales de las bajas médicas, con el peligro de que lleguen a ser invalidantes. Así, nuevamente una visión falsa, interesada y cortoplacista generará no sólo mayor malestar, sino también mayores costes económicos para la mayoría.