Si esto es así, y estamos ante un rescate que es una intervención, se puede pensar que al final he errado en mi predicción, aunque fuera con un año y dos meses de retraso. Sin tratar de encontrar disculpas,lo que ha sucedido es lo que en esa publicación se vaticinaba, si no se hacían las cosas de distinta manera. Con ello no pretendo salvar mi posible error, ni buscar excusas. En esto me gustaría equivocarme y que las cosas mejorasen, no que vayan cada vez a peor. Pero lo que ha provocado el rescate es la consecuencia lógica de no hacer lo que allí se decía que había que llevar a cabo, y no ir cometiendo los mismos errores que se estaban haciendo desde que surgió la crisis, y cuyo desencadenamiento y desenvolvimiento dejó desconcertados a los economistas oficiales de todas las tendencias.

El hecho de que se haya dado este rescate es el resultado de lo que precisamente señalaba en ese artículo, pues entre otras cosas decía: “la reforma no solamente se ha hecho tarde, sino que se está haciendo mal, y lo que queda es la liquidación de las Cajas de Ahorro, un mal que se va a pagar ahora y más adelante”. Además de esto, señalaba que de no hacer otra política económica las cosas podían empeorar, como así ha sido. El desenvolvimiento de los acontecimientos me ha dado por desgracia la razón, y lo que ha sucedido es la consecuencia lógica de lo que se ha venido haciendo en las políticas económicas que se han llevado a cabo para combatir la crisis.

Los desatinos están siendo tremendos, y no me he cansado de criticar al Gobierno de Zapatero, por la forma equivocada de gestionar una crisis de un modelo de desarrollo en esta fase del capitalismo, y por tanto, sin remedios eficaces a corto plazo. Hay que aceptar lo difícil que resulta afrontar un temporal de esta naturaleza, como es esta crisis, y que se está llevando por delante, con urnas o sin ellas, a muchos Gobiernos. Pero la gestión se puede hacer mejor o peor, y en esto fracasó el Gobierno socialista, y las urnas se lo han llevado por delante. El Gobierno actual en cinco meses ha superado el mal hacer del Gobierno anterior, lo que pone de manifiesto que las cosas pueden empeorar hasta límites insospechados.

Un grupo de economistas, desde estas páginas, pero también en otras publicaciones, hemos denunciado los errores que se estaban cometiendo, pero hemos predicado en el desierto. Se ha insistido hasta la saciedad en que los problemas principales de la crisis estaban en el sistema financiero y la gran desigualdad existente. Las reformas como las del mercado laboral y de las pensiones, no atienden a las causas de los problemas, sino a las consecuencias que se derivan de la crisis. No solamente en esto, sino en otras cuestiones se ha puesto el acento, como el error que supone llevar a cabo políticas de ajuste, que lo que hacen es empeorar más las cosas. Las políticas de ajuste deprimen más a la economía de lo que ya está, se entra de esta forma en un círculo vicioso. Ante ello, lo que hay que tratar de hacer es lo contrario, esto es, romper esa causalidad para ir generando las condiciones básicas que sean capaces de cambiar la dirección adversa en la que estamos y pasar a un círculo virtuoso.

Las políticas de ajuste deprimen el consumo y, en consecuencia, las producción de las empresas y de la actividad de los servicios, pero también hacen aumentar la morosidad, por lo que el problema de los Bancos y Cajas se agrava y sufren problemas crecientes de solvencia. Hay que subrayar, que la morosidad antes de la crisis era baja, y, por tanto, su aumento es resultado de las consecuencias negativas que está teniendo este proceso, así como la forma de abordarlo, sobre una parte de la población, que por lo general es la más vulnerable.

Por estas razones es por lo que la indignación mía, como la de tantos, aumenta, pues, además, de lo escandaloso que está siendo la gestión de la crisis a favor de los que más tienen y en contra de los que menos tienen, hay que añadir el que no se haga caso a los economistas que sí que están acertando en el diagnóstico, como en las respuestas que hay que dar, y que por el contrario se apliquen las recetas neoliberales que empeoran las cosas aún más de lo que ya están. La indignación es grande, porque se estaba advirtiendo del peligro que se corría no solamente con lo que se estaba haciendo, sino en no poner remedio al escándalo de los excesos cometidos por las finanzas. La sociedad tiene que saber que no toda la profesión de economistas está fracasando, sino que hay una parte reducida y sin poder de ningún tipo, que sí que está acertando en sus análisis, mientras que los que tienen poder sobre los órganos de decisión se siguen llevando el gato al agua. Hay respuestas distintas que se pueden dar, aunque éstas son cada vez más difíciles por el agravamiento del enfermo.

Más allá, por tanto, de la alta cualificación que pueden tener estos economistas convencionales, sin embargo, su independencia de criterio académica queda cuestionada desde el momento que puede estar contaminada y mediatizada por las instituciones que les financian. No resulta fácil indagar en las razones últimas que mueven a estos investigadores prestigiosos en sus estudios y propuestas, y siempre me cuesta pensar que se vendan por un plato de lentejas, de manera que dejen de lado sus creencias, principios y buenos conocimientos de economía para satisfacer a su señor.

Ante la dificultad que supone entrar a indagar en la psicología de los sujetos y las causas que promueven sus actitudes y enfoques, lo que sí me resulta fundamental es juzgar por los resultados, tanto de sus análisis como de sus proposiciones, y la conclusión a la que llego es que, además, de lo desacertados que han estado ante la crisis, las medidas que han propugnado y las que proponen siempre van en contra de las clases trabajadoras y medias, y favorecen a las élites económicas.