Después del período especialmente conflictivo que siguió a la Gran Depresión parecía que en Europa todo el mundo había entendido que la paz social y el espíritu de consenso aportaban estabilidad y unas posibilidades más razonables de crecimiento económico sostenido. El punto álgido de esta evolución tuvo lugar en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial cuando, después de varios años especialmente violentos y destructivos, se asumió que era mucho lo que todos podían ganar, cediendo un poco en sus intereses y estableciendo un marco consensuado de bienestar social y de oportunidades razonables.
Sin embargo, la actual crisis –en contra de lo que ahora resultaría necesario– parece que está teniendo el efecto de barrer buena parte del espíritu de consenso y de compromiso social en torno al que se había asentado el modelo europeo, durante una de las etapas más fructíferas y pacíficas de su historia.
De ahí la inquietud que están empezando a suscitar las tendencias de retorno al conflicto social que se están manifestando últimamente en diversos países europeos, como Francia, Grecia, Italia y el Reino Unido. Países en los que han tenido lugar no solo huelgas recurrentes y grandes manifestaciones de protesta, sino también violentas alteraciones del orden público. Hechos que revelan que estamos no solo ante discrepancias sociales y políticas, sino ante una dinámica de radicalización y de enconamiento de posiciones que, hoy por hoy, no se sabe cómo puede evolucionar, ni a cuántos sectores y ciudadanos puede acabar implicando; sobre todo si la situación económica y social continúa deteriorándose y un número creciente de personas se ven abocadas a situaciones límite.
El aumento del paro, la acentuación de las desigualdades sociales, la extensión de las situaciones de exclusión y de precarización –sobre todo entre los jóvenes– y la falta de horizontes de futuro están conformando un caldo de cultivo inflamable que podrá evolucionar de forma incierta si se encienden las chispas de la discrepancia sistemática y el conflicto político.
De momento, lo que parece claro es que la quiebra de los grandes consensos sociales heredados del período posterior a la Segunda Guerra Mundial y el retorno a un clima de conflicto social y laboral son, en sí mismos, factores negativos para la generación de confianza y para las propias posibilidades de recuperación económica. Lo cual puede llevarnos, nuevamente, hacia un círculo vicioso de negatividades que se retroalimentan mutuamente desde el plano político al económico, y desde este último al primero.
De ahí la necesidad de no dejarse llevar en estos momentos por una cierta mentalidad de “cirujano de hierro económico” que tiende a actuar como si las variables sociales y los estados de opinión no fueran también condicionantes básicos de la política económica. Condicionantes que siempre acaban incidiendo de manera central en la propia evolución de la situación económica, como innumerables experiencias históricas nos recuerdan.
Por lo tanto, circunstancias complejas y delicadas como las actuales evidencian que este no es el momento de los tecnócratas ni de unos supuestos expertos que opinan y operan en el vacio, sino el momento de los políticos; de políticos con suficiente sabiduría y altura de miras, como para saber anteponer el sentido común y los intereses generales a las visiones alicortas e insensibles socialmente.