Algo parecido ha sucedido en este asunto del aborto. Rajoy movió una ficha innecesaria y alentó a su Ministro de turno –y adversario en aspiraciones en otra época— a que revolucionara una ley que, en términos generales, no generaba discrepancias más allá de sectores minoritarios con posturas más radicales. Gallardón, ese hombre de “centro”, viró hacia la derecha más radical y se remangó la camisa para satisfacer a su jefe y, al grito de “aquí no aborta nadie”, metió la crispación en un asunto más personal que institucional, si me permiten el atrevimiento. El resultado: satisfacción de los grupos pro-vida y la sensación de que, a cambio de proteger al Nasciturus, se llevaba por delante los derechos y las libertades de las mujeres, contribuyendo a esa desigualdad de clases que garantizaba en un futuro, y de haber prosperado su reforma de la ley, que tener o no recursos para practicar un turismo determinado, hiciera que unas pudieran poner fin a su embarazo fuera de España, mientras a otras se las condenaba a una maternidad no deseada o, en el peor de los casos, a la clandestinidad con los riesgos que ello implica.
La calle no se ha hecho esperar y en estos meses la gente se ha movilizado en contra y a favor de una reforma que ha introducido crispación en el ambiente: manifestaciones, pancartas, gritos… la sociedad española se ha dividido una vez más, mientras Gallardón defendía a capa y espada su trabajo, y sus “compis” de partido y escaño señalaban la necesidad de intervenir en un asunto que era, según ellos, fundamental en la política del PP (pese a que en su programa no ocupase más de cinco líneas).
Rajoy, en esa obsesión casi enfermiza por dilapidar todo lo hecho por el Gobierno socialista anterior –derechos sociales incluidos— criticó abiertamente en sus mítines los fallos en forma, fondo y contenido de la ley existente, tildándola de oportunismo electoralista por parte de Zapatero… Lo hizo al principio, eso sí, mientras Gallardón se iba convenciendo de que su misión era ser el estandarte y salvador de la causa… Y luego, de pronto, llegó el silencio…
Pasaron los meses y, como en los estribillos de las canciones pop, la pasión en la defensa dejó pasó a un cajón donde se metió el anteproyecto de ley. La excusa era esperar “su momento” y, entonces, Rajoy comenzó su sádico silencio. El que se ha convertido en su mejor aliado. Una estrategia desde donde, dada su capacidad de esperar, ha sido cómplice de la muerte dulce de la esfera política de sus compañeros de partido más incómodos… Alberto Ruiz Gallardón incluido.
Me imagino el sentimiento de soledad del ex alcalde de Madrid. Cubierto más de pena que de gloria, se ha quedado como el muchacho al que sus colegas le incitan a llamar a un telefonillo y, cuando se asoma el vecino de turno, salen en estampada y le dejan solo ante la bronca y el castigo. Son muchos los que ahora, en medio del temporal, hablan del proyecto de reforma de la ley del aborto de Gallardón, como si hubiese sido la locura de un político endiosado. Pero no nos engañemos. El paripé que ha enterrado a Gallardón políticamente no es fruto de una inspiración onanística. Ningún Ministro tiene tanto poder como parece que el marketing político del PP (o del señor Rajoy) intenta hacernos creer ahora. Gallardón ha trabajado según las indicaciones de quien le manda, su presidente y el de todos los españoles. Su ley ha pasado las reuniones pertinentes de los Consejos de Ministros del Gobierno del PP. Fue en uno de ellos donde se aprobó el anteproyecto. Un anteproyecto que gozó del beneplácito público de los suyos (a excepción de unos pocos que mostraron su malestar aun ganándose el calificativo de “díscolos”).
Ahora Rajoy se desdice. Ha sabido esperar a que Gallardón asegurara que, “sabía de buena fuente” que la nueva ley saldría adelante. Ha esperado a que estuviera en el límite de sus opciones, a que su puesto quedara en entredicho en caso de recular. Y entonces, cuando la derrota de una guerra personalizada y personal ya pesaba en la salud del titular de Justicia, dio el golpe maestro para sentenciar su adiós. “Hay que buscar el consenso”. Esa es la nueva norma. Parece mentira que, tras una legislatura llena de soledad y decisiones absolutistas donde no hay más camino que la voluntad del PP, se busca con prisas el consenso que ya existía y que ellos mismos han revuelto. Será que aprietan las urnas y vienen reclamando lógica, coherencia y voluntad de escuchar, o simplemente que las encuestas tienen más peso que los valores, que también los hay que gobiernan a golpe de asegurar los cargos. Lástima que ese mismo consenso no se aplique a los recortes en Sanidad, a la Educación o a otras tantas medidas que resquebrajan una sociedad herida por autoridad.
Gallardón se va y no seré yo quien defienda su trayectoria ni sus modos. Es más, celebro que deje el poder cualquiera que no entienda que su cargo está al servicio de los ciudadanos y que su obligación es, por encima de sentimientos y moralidades privadas, defender los deseos de aquellos a los que representa y, escuchar la voluntad de los españoles. Celebro el triunfo de la sociedad y la mayoría y la derrota de la tiranía. Celebro que, por el momento, la ley planteada se quede en un cajón. Y digo de momento porque, a título personal diré, que hay algo que no termina de convencerme de esta jugada a mi parecer incompleta. El silencio de Rajoy, que desde la distancia de las redes sociales, dijo adiós y gracias a Gallardón, me deja un sabor agridulce y muchas dudas. Espero que no se guarde un as en la manga y confío en la independencia del Tribunal Constitucional, aun pendiente de resolver el recurso contra la ley de Zapatero.
Dice Rajoy que “él ha decidido” que se va a cambiar lo concerniente a las menores y que se van a proponer medidas de apoyo a las familias. Una parte de lo que, en las escasas cinco líneas –insisto— que en su programa electoral dedicó a este tema, decía que haría. Muestro desde ya mi discrepancia hacia lo primero, por motivos que no es el caso exponer y que se justifican, sobretodo, en la necesidad detectada de incluir ese punto en la ley en el momento de redactarse. Un punto que intentaba solucionar la problemática planteada para las mujeres inmigrantes que no tienen la posibilidad de localizar a sus padres por no saber su paradero o, ni siquiera encontrarse en España (son las que más abortan en esta franja de edad); así como la de aquellas jóvenes que entienden que no pueden confiar en sus progenitores por miedo a las consecuencias, quedando unas y otras abocadas a una maternidad no deseada o a la agresividad y la violencia del no entendimiento. Supongo que no interesa incluir esto en un discurso real, porque siempre es mejor la demagogia, pese a que la realidad dice que el número de menores de 16 años que se someten a un aborto asciende a poco más de 500. Imagino que vende más decir que “estas niñas” ven en el aborto un método anticonceptivo. Una mentira que acompaña un discurso que infantiliza una vez más al género femenino (con 16 años nadie habla de “niños” sino de “chicos” y/o “jóvenes”). Pero no quiero desviar mi atención. Además, la intuición me dice –y ojala esté equivocada— que tendré oportunidad en un futuro de continuar con este tema.
Hoy mi preocupación se centra en el sádico silencio de Rajoy. En la tensa espera con la que quema a su adversario (incluidos los de su partido), aun a costa de quemar por el camino, la estabilidad social de la ciudadanía. Podría tildarlo de tiranía… pero no me atrevo a adjetivar. Ahora me queda una duda… ¿será la misma estrategia la que está siguiendo con Calalunya?. Porque mientras Mas desgasta su imagen y dice, hace y deshace, para al final no tener capacidad para hacer nada más allá que cabrear y dividir a un pueblo entero, los catalanes hallan apatía en los movimientos de quien está al otro lado y manda desde España, ese que, a falta de liderazgo y acción, simplemente espera. Esperemos también nosotros, a que en este tema la fractura y sus consecuencias, no sean realmente irreparables. Mientras, despidamos a la víctima más reciente y no dejemos escapar la sonrisa casi nerviosa con la que le ha dedicado unas palabras de cortesía a modo de in memoriam Soraya Saénz de Santamaría (verán que tengo en alza la susceptibilidad). Para este solemne momento utilizo al gran Manuel Summers y, aprovechando la proximidad con el tema de una película que dirigió en épocas pasadas y afortunadamente superadas,donde una adolescente de comportamiento impecable ocultaba un embarazo no deseado, le digo al ex ministro, en lugar de “Adiós Paloma, adiós”, “Adiós Gallardón, Adiós”.