En un contexto de crisis grave, tal percepción está relacionada íntimamente con el hecho de que las instituciones políticas están fracasando en la resolución de los problemas que más angustian a los ciudadanos, como la recesión económica y el paro. También tiene que ver con la aparente abdicación de los legítimos representantes democráticos en la adopción de las decisiones estratégicas, que aparecen en manos de instancias lejanas y ajenas al control ciudadano, como es el caso de las autoridades monetarias o las llamadas “troikas”. La proliferación de casos de corrupción y la amplificación mediática, más o menos interesada, de las denuncias sobre la supuesta indolencia y la indiferencia entre los políticos, contribuyen a aumentar esta dinámica.

Una de las ideas que ha logrado abrirse paso en la opinión pública como solución al problema de la “lejanía” de los políticos consiste en la adopción de las listas abiertas en nuestro sistema electoral. Se trataría de sustituir las actuales listas cerradas y bloqueadas que presentan los partidos políticos para las elecciones a ayuntamientos, parlamentos autonómicos y Congreso de los Diputados, por unos listados abiertos de nombres entre los que la ciudadanía pueda elegir libremente. No es una idea nueva. Sin duda presenta ventajas, pero también tiene inconvenientes muy serios. El balance, a mi juicio, es negativo. Y el hecho de que políticos como Esperanza Aguirre se hayan apuntado de manera entusiasta a su promoción debiera aportarnos alguna pista.

Las ventajas son evidentes. Salvar y tachar nombres en un listado de políticos resulta aparentemente el culmen de lo que se ha dado en llamar el “empoderamiento ciudadano”. Tú me gustas, tú no me gustas. El vínculo entre elector y elegido se estrecha al máximo, y el débito del político reside tan solo en el conjunto de sus votantes, y no en la dirección de su partido.

Ahora bien, es preciso analizar otros factores. El primero se refiere a la propia naturaleza de la tarea política. La política es la disciplina según la cual se administra el espacio común que compartimos, conforme a la voluntad y los valores de la mayoría. Y la voluntad política se articula mediante proyectos colectivos, con una identificación ideológica y programática. Más allá de los paraguas colectivos que puedan establecerse, las listas abiertas convierten el debate político en un debate entre individualidades, y entre la individualidad y el personalismo hay una distancia muy corta. Podemos pasar de la política de las ideas y los proyectos a la política de los personalismos.

Hay más dificultades. Con el sistema actual, las campañas electorales son campañas de partidos fundamentalmente. Se contrastan los programas de los partidos a través del discurso de sus candidatos. Con un sistema de listas abiertas, aunque persistan los partidos, las campañas se convertirían inmediatamente en campañas de personas contra personas, de diferentes partidos o del mismo partido. El adversario de un candidato en una lista cerrada es el partido de enfrente. El adversario de un candidato en una lista abierta es todo el mundo, los candidatos del partido de enfrente y los candidatos del propio partido.

Con listas cerradas, el programa del partido es común y compartido. Con listas abiertas, inevitablemente habrá tantos programas con tantos matices como candidatos, y cada candidato procurará fijar la atención sobre los elementos diferenciadores de su opción frente a todas las demás, incluidas la de sus propios compañeros de partido.

Con listas cerradas, los recursos para la ejecución de la campaña son comunes en el partido. Con listas abiertas, cada candidato buscará recursos propios para obtener ventaja. A no ser que el candidato disponga de recursos propios, los apoyos externos a cada candidato personal llegarán fundamentalmente desde instancias sociales, empresariales y mediáticas. Y el débito que las listas cerradas residencian, es verdad, en la dirección del partido pasa con las listas abiertas a la dirección de los emporios económicos y los medios de comunicación del territorio, cuyo desinterés sería ingenuo presumir. A no ser, claro está, que queramos convertir la política en arena exclusiva para millonarios. Recordemos que durante mucho tiempo en el Parlamento italiano algunos representantes eran conocidos popularmente como “el diputado Olivetti” o “el diputado FIAT”.

Por lo tanto, para evitar la adopción de decisiones por parte de las direcciones de los partidos políticos, elegidas democráticamente para alcanzar objetivos de interés público, podemos acabar situando las decisiones sobre quiénes nos han de gobernar en las direcciones de algunos negocios, que ni son democráticas ni lo han pretendido nunca, y que solo buscan, como es legítimo, sumar cuanto más dinero mejor a las cuentas de sus accionistas.

Además, identificar la mejora de la capacidad de elección democrática de los ciudadanos con la posibilidad de primar unos nombres propios sobre otros nombres propios, supone depositar buena parte de esa capacidad en manos de quienes, en una sociedad mediática, pueden promocionar unos nombres y silenciar o descalificar otros a gran escala. La ventaja del apoderamiento ciudadano en las listas abiertas solo sería enteramente posible en sociedades de pequeño tamaño en las que todos conocieran a todos, y ningún intermediario pudiera distorsionar interesadamente la percepción de la realidad sobre el pensamiento o la conducta de cada cual. Pero esas sociedades solo se dan en núcleos urbanos muy pequeños. No nos engañemos. En una campaña de listas abiertas en la circunscripción de Madrid tendrían más posibilidades de ser elegidos aquellos que ya son famosos por una u otra circunstancia, y aquellos que obtengan apoyo promocional privado, bajo el interés que podemos adivinar. ¿Esa es la democracia que queremos?

Por no hablar de las dificultades que entrañaría la adopción de decisiones viables en un Congreso de los Diputados que pasaría de tener seis o siete grupos parlamentarios con posición coherente, a contar con 350 diputados y diputadas con posición diferenciada, debido a sus programas diferenciados y a sus diferenciados patrocinadores. ¿Quién estaría dispuesto a arriesgar el apoyo a la próxima campaña personal para apoyar, por ejemplo, un impuesto sobre grandes fortunas o una subida del impuesto de sociedades? Algo más incluso: las listas abiertas suelen ser el instrumento preferido de las mayorías para barrer a las minorías en los órganos representativos.

La salida no consiste en mantener todo como está. Pero tampoco en darle la vuelta a todo para dejarse llevar por cantos de sirena que plantean fórmulas aparentemente mágicas, pero que conllevan inconvenientes serios a tener en cuenta. Las listas abiertas tienen ventajas. Las cerradas también, y si las direcciones de los partidos lograran elaborarlas mediante procedimientos más transparentes y democráticos, tendrían aún más ventajas.

Hay alternativas a estudiar en otros países. Alemania cuenta con un doble sistema. Una parte de sus diputados se eligen en circunscripciones pequeñas, donde es más fácil estrechar el conocimiento y la relación entre representante y representado. Y otra parte se elige mediante listas nacionales, respetando la proporcionalidad entre las diferentes opciones políticas.

Mejoremos la calidad de nuestra democracia, pero no nos dejemos llevar por cada señuelo que nos colocan a nuestro paso.