Pasados seis meses desde el último atentado (el empresario Uría), el asesinato de Eduardo Puelles ha puesto en marcha el mismo ritual. Nada de este asesinato ha cambiado las valoraciones que se hicieron hace seis meses, porque la sociedad vasca, y la española, saben muy bien cual es el único objetivo de los etarras: dar rienda suelta a sus inclinaciones naturales tan estrechamente vinculadas con la maldad. Ya no hay dictadura a la que combatir; ya no hay independentismo que conquistar; ya no hay imposiciones del poder a las que responder. Los terroristas no piensan porque hace tiempo que tienen negros sus cerebros.
Eduardo Puelles nació seis meses después de que ETA fuera fundada por un grupo de personas que antes habían sido expulsadas del PNV. Decidió hacerse policía después de que las primeras fracciones de ETA que recapacitaron sobre la fatuidad de su acción terrorista decidieron reintegrarse en la Democracia incipiente y ansiada. En 1982, cuando Puelles ingresó en la Policía, la democracia avanzaba con penalidades porque podían surgir “tejeros”, -como así fue-, pero ya estaba claro que ETA no tenía demasiado sentido. ¿Cómo es posible que Puelles haya sido asesinado 25 años después?
El mismo ritual, la misma nomenclatura, las mismas actitudes: concentraciones, manifestaciones, declaraciones, demostraciones de fuerza, premoniciones, cálculos, pero de todas ellas sólo una me parece acertada y, si me apuran bella, el silencio. De qué sirve anunciar la evidente debilidad de ETA, el final de ETA, el encarcelamiento de los etarras, la implacabilidad de la Justicia hacia los asesinos. Sólo hay algo obligado e inevitable: el apoyo y la consideración hacia las víctimas, ahí es donde hay que poner el máximo esfuerzo para que la brutalidad derive en la imprescindible conmiseración y consuelo humanos,… y seguir trabajando desde la autoridad política, la responsabilidad institucional y la cordura para detener terroristas, desmantelar comandos, destruir a ETA con todas las armas posibles.
Y algo más, porque da la impresión también de que cada asesinato es una oportunidad para demostrar que el orden establecido se muestra ante los ciudadanos como un desfile de autoridades, debidamente organizadas de mayor a menor rango, que cultivan la foto, la declaración original y el matiz nuevo. Por si pudiera servir como idea sería bueno añadir al ritual que se viene desplegando (y ojala no haya que desplegar nunca más), algunas otras acciones, por ejemplo, el cierre de los centros docentes y Universidades, la paralización de la actividad en las fábricas, en el comercio y en los establecimientos de ocio y diversión, de una hora, en los momentos de más importante actividad del día. En suma, que se resientan nuestras vidas en todos sus aspectos, porque nada es igual después que antes de un asesinato.
Cuando un centenar de personas concentradas ante el Ayuntamiento de mi pequeño pueblo de Zalla (Vizcaya) guardábamos silencio en homenaje a Eduardo Puelles, se oía en medio del silencio el canto de los pájaros. Claro está que los pájaros no tienen capacidad para reflexionar. Los silenciosos mirábamos al suelo mientras los pájaros miraban a las nubes. ¡No sé qué más decir! ¡Hay que acabar con ETA! Es mi única certeza, como homenaje a Eduardo Puelles al que lloro con dolor.