Cualquier diagnóstico basado en los datos de la marcha de la economía española, la corrupción existente, la falta de confianza de los ciudadanos en los dirigentes políticos y las instituciones, son pruebas más que suficientes para hacer una afirmación como la que hemos realizado al principio de este artículo. La pregunta que realmente hay que hacerse es cómo es posible que hayamos caído tan bajo como país en lo que a los niveles de corrupción se refiere, las tasa de paro que se ha alcanzado, la destrucción de empleo que se sigue dando, el aumento de la pobreza y la desigualdad. En poco tiempo se está destruyendo a gran velocidad lo conseguido con gran esfuerzo en estos años de democracia, aunque los logros en cuanto bienestar eran aún insuficientes.
Hacer frente a una situación así no es sencillo, sobre todo por los efectos demoledores que está teniendo una crisis de esta envergadura, que es una manifestación de las debilidades de un modelo de desarrollo sustentado en las ganancias rápidas y fáciles, la especulación y las burbujas financieras e inmobiliarias. No se ha potenciado el conocimiento como base fundamental del desarrollo y eso ha conducido a su vez a una economía dependiente en exceso de la tecnología y de fuentes energéticas exteriores. Ahora se están pagando los excesos cometidos por varios de los grupos dirigentes económicos y políticos. En estos años de auge el enriquecimiento de algunos ha sido espectacular.
Las ganancias tan elevadas que se han logrado han tratado de sortear a la hacienda pública, y se han evadido a paraísos fiscales o a Suiza, mientras que la mayor parte de los ciudadanos han tenido que pagar sus impuestos, trabajar duro en muchas ocasiones para mejorar su bienestar material, y hacer frente a unos créditos hipotecarios con los que poder adquirir una vivienda excesivamente cara para el nivel de vida alcanzado. La distribución de la renta en los años de auge ha sido muy desigual y se está agravando desde que estalló la crisis económica. Las cargas de los costes de la crisis se distribuyen muy desigualmente y todo esto es lo que genera fracturas considerables en el tejido social.
La incapacidad de los políticos de los partidos gobernantes en la Administración central y Comunidades Autónomas, los de antes y ahora, para hacer frente a este descalabro es manifiesta. Esta es una de las razones de la desafección política que se está produciendo. Si a esto se añaden los casos tan elevados de corrupción, el hartazgo de la ciudadanía es manifiesto. El Gobierno del Partido Popular se ha desacreditado en un tiempo muy corto como consecuencia de las medidas de política económica tan desacertadas e injustas que está tomando. La corrupción que está aflorando, y que le afecta, va más allá de casos de indecencia individuales y es consecuencia de una financiación irregular de un partido, así como de tráfico de influencias con tramas montadas para beneficiarse del dinero público.
La irritación que todo esto está provocando es grande ante el expolio que se ha llevado a cabo a los ciudadanos en estos años. La trama Gürtel se monta y prospera por estar vinculada estrechamente al Partido Popular y a las Administraciones Públicas que este partido dirige. El escándalo es de gran envergadura y no deja de llamar la atención el negocio ilegal que tenían montado y que proporcionaba tanto dinero, a juzgar por los regalos tan generosos que hacían, un ‘Jaguar’, entre otros, como quien no quiere la cosa.
El caso Noos también pone de manifiesto la ligereza y falta de control con el que se utilizaba el dinero público. Un dinero público despilfarrado inútilmente y que ha servido para el enriquecimiento de unos pocos. Las cifras que salen a relucir nos dejan atónitos cuando, además, se escamotean los recursos para tantas necesidades sociales que se encuentran sin cubrir.
En un contexto de esta naturaleza se produce el debate sobre el estado de la nación. El discurso del presidente del Gobierno fue un ejercicio de oratoria hueca sin contenido alguno, ajeno a los problemas que padece la sociedad española, de un optimismo infundado y de complacencia hacia la corrupción. Ha querido ocultar su incapacidad, escudándose en la herencia recibida y ofreciendo una serie de medidas contra la corrupción que no van a la esencia del problema. En definitiva, ha dado muestras de que no se encuentra a la atura que los desafíos exigen.
El discurso del líder de la oposición fue flojo, aunque mejorase en las réplicas, pero es una muestra de la crisis que padece el PSOE y a la que no se encuentra solución. Se salva el discurso de Cayo Lara, que por lo menos puso el dedo en la llaga de los problemas y carencias que se están padeciendo. Tal vez el fallo fue que le dio un cierto aire de mitin político, cuando el discurso en el Parlamento tiene que ajustarse a otras formas que le hagan creíble a esa parte de los ciudadanos que no son votantes de Izquierda Unida.
En suma, a la luz de lo visto el debate ha sido decepcionante, sobre todo por parte del partido que gobierna, que es el que tiene la máxima responsabilidad y no la sabe ejercer. La falta de liderazgo en épocas de crisis agrava las cosas más que solucionarlas. Aunque no ha sido así en todos los intervinientes, la sensación que se recibe es un tanto agridulce cuando se observa la ceguera que se padece. Mientras la economía, la política, las instituciones, la moral… hacen agua por tantos sitios, la impresión que se recibe es de impotencia ante un modelo político y económico que ha dejado de funcionar.