El PSOE vuelve de vacaciones convulsionado con las primarias en Madrid, … en Murcia, en Canarias, y, probablemente, en Valencia.
Siempre he defendido que militar en una organización de izquierdas significa buscar la herramienta para trabajar por la Democracia, los Derechos Humanos, y las garantías de libertad de expresión. Por eso, una organización política no puede ser menos demócrata en su fuero interno que la sociedad a la que pretende representar. Pero, del dicho al hecho va un buen trecho. A las organizaciones políticas les cuesta asumir que el militante pueda votar libremente y sin presiones. Y se argumentan las cosas más variopintas: “si éste es el candidato preferido de la derecha”, “si ésta la impone el jefe”, y un largo etcétera.
¿Queremos o no queremos primarias? ¿Estamos dispuestos a asumir el coste de confrontación interna a cambio de mayor democracia? ¿Cuándo son buenas: cuando lo dice la dirección o cuando lo desean los militantes? ¿es mejor un partido inamovible y casi sin respiración, o, convulsionado por opiniones diversas?
Suele ocurrir que las primarias sólo se defienden cuando a uno le va bien el resultado; pero se buscan excusas cuando rompen la estrategia: “no es el momento”, “es un lío interno”, “una excusa para la derecha”. Efectivamente, las primarias no son fáciles. Como no es fácil la Democracia. Como no es fácil la libertad. Como no es fácil la responsabilidad y la autonomía de los actos. Si otros deciden por uno mismo, la responsabilidad queda exonerada. Eso sí es fácil. Ya lo dijo Erich Fromm: el miedo a la libertad es el miedo a tomar decisiones.
Y en medio de un debate de reglamentos, morales, valores y libertades, se entremezclan las encuestas, los medios de comunicación, el frotarse de manos del adversario, la incomprensión de los ciudadanos. La complejidad de la izquierda es su propia fortaleza y, … si no se sabe defender: es su propia debilidad.
Si cambiamos al otro extremo del cuadrilátero, tenemos al PP nacional reunido en ejercicios espirituales, tras la vuelta de vacaciones de Rajoy, que creo que es el único español que ha conseguido desaparecer un mes completo de vacaciones en plena crisis económica. ¡Qué bendición de hombre que puede dormir a pierna suelta pase lo que pase a su alrededor!
Me despedí antes de verano con la reflexión de la corrupción política. Un hecho que debería avergonzarnos, combatirla sin gestos dubitativos, eliminarla de nuestras organizaciones, y castigar al corrupto. Esto el PP sabe reclamarlo muy bien para los demás, pero no para los propios.
Por fin Mariano ha hablado! Y el gran líder dice, después de conocer otro nuevo informe policial donde se demuestra la financiación ilegal y la corrupción del PP valenciano, que Camps debe ser el candidato. Supongo que Rajoy sigue esperando a que sea la justicia quien le quite de encima este “marrón”, mientras que Camps y su cuadrilla se atrincheran en la institución, porque su destino parece muy similar al que está viviendo su compañero Jaume Matas.
Eso sí, el PP sigue con la misma estrategia de siempre: matar al mensajero, amenazar a todo el mundo, cerrar filas y esconder la porquería bajo la alfombra. El problema para el PP no es tener corrupción y podredumbre en su organización, sino que se vea.
Además, últimamente están eufóricos porque las encuestas les sonríen. Parece ser que el coste de la corrupción ya se ha superado; los ciudadanos ya han tragado tanta bilis. Era cuestión de tiempo. No había que rendirse, ni dimitir, ni cesar. O la ética o el PP. Porque ambas cosas juntas parece que no casan bien.
Y Camps, autoproclamado y bendecido como candidato, se transfigura en un esperpento de la sátira y la picaresca. Pero con mentiras tan gordas que ni pagando el doble en dinero negro por la visita del Papa se pueden perdonar tales pecados. Como, por ejemplo, que la sanidad valenciana sea la peor de toda España; que el fracaso escolar sea de un 40%; que la renta por habitante haya disminuido un 8% desde el 2000; que las cuentas públicas hagan aguas por todas partes, incapaces de pagar ni proveedores ni nóminas de funcionarios; y que los grandes eventos llenaran los bolsillos de los amigos de Camps y nos hicieran más pobres a los valencianos.
Ésta es la política en minúsculas que empequeñece la vida social y la participación porque deja a la ciudadanía atónita y enmudecida ante tanto descaro.
La política en mayúsculas queda pendiente en el aire: ¿la mejor salida a la crisis económica está en la reforma de pensiones? ¿los mordiscos al Estado de Bienestar serán recuperables? ¿Europa está poniendo límites a una nueva especulación financiera? ¿no hay espacio económico para la Banca Pública? ¿la política cuenta con los instrumentos suficientes para detener el ansia insaciable del mercado? ¿podemos seguir consumiendo ilimitadamente sin poner en riesgo nuestro planeta? ¿es consustancial con el género humano o con el egoísmo del sistema que la brecha entre ricos y pobres aumente cada década? ¿todas las culturas son compatibles con la democracia?
La respuesta está en el aire.