Ha salido la artillería pesada de la vicepresidenta, en un ataque frontal a Podemos, acusándolos de “demagogos”, de “decir aquello que la gente quiere oír”, de “populistas”, y ha recordado la “ejemplaridad” de los líderes del PP. Hay que tener la cara muy dura para realizar este tipo de discursos tan maniqueos por parte del PP con toda la historia reciente y el presente actual que llevan a cuestas.
Pero la realidad es que Podemos está haciéndoles más daño del que hubiéramos imaginado. O al menos así lo demuestran con esa furia verbal incontenida.
Aunque la habilidad pensante de Faes y Cía, ya han puesto la maquinaria a rodar para evitar que en las próximas elecciones se produzca una ruptura del “orden establecido”, es decir, del bipartidismo con concesiones, porque el PSOE puede gobernar a veces sin demasiados excesos.
Ahora de lo que se trata es de, aún perdiendo mayorías absolutas en Madrid y Valencia por ejemplo y como reinos de taifas más importantes, mantener las alcaldías. Y si para ello hay que modificar la ley, se cambia. Eso sí, argumentando una mayor “profundización de la democracia”.
No sé si al final el PSOE acabara cediendo a tales chantajes, porque es cierto que ronroneó con tal idea hace unos años, y fue también el propio Zapatero quien lo propuso (grave error!!!), pero el PP pretende de forma descarada evitar que existan coaliciones de izquierdas que puedan arrebatar su poderío.
Propiciar la elección directa de alcalde supondría, en primer lugar, mermar las posibilidades electorales de todas las formaciones políticas, y adocenar el voto en busca, una vez más, del “voto útil” en vez de “la utilidad” del voto. No está buscando el PP una profundización democrática con su reforma electoral, sino todo lo contrario. A estas alturas, ya resulta difícil convencer a muchos ciudadanos de la aparente bondad de sus propuestas.
Pero se equivocaría el PSOE si entra a negociar el mantenimiento del bipartidismo a costa de cualquier cosa. Es cierto que se avecinan tiempos convulsos electoralmente, donde las múltiples y diversas coaliciones pueden generar grandes inestabilidades, donde gobernar será más complejo, y donde el debate político estará lleno de desaciertos. Pero, por el contrario, España necesita cuanto antes airear el “establishment” pegajoso y sucio que ha calado en cualquier institución –el último escándalo lo tenemos en el Tribunal de Cuentas-, que ha puesto en entredicho toda la estructura política: partidos, empresarios, sindicatos, organismos e instituciones.
El PSOE no sólo está cambiando de líder, sino también debe entender que está cambiando de modos políticos, de estructura organizativa, de discursos, y de sensibilidad social. Hace tiempo que viene demostrando una miopía tremenda frente a las preocupaciones reales de los españoles; su forma de tratar los problemas desde las tribunas de los Parlamentos, con la profesionalidad de quien está ya habituado a extirpar tumores sin emocionarse ante el sufrimiento ajeno, le ha valido el rechazo social. Recuperar la confianza no está sólo en las palabras, sino también en los hechos, y en ejercicios de contrición y reconocimiento de los errores.
Uno de los graves errores que el PSOE puede volver a cometer es pensar que la democracia política española sólo es viable en el intercambio de opciones representadas por el PP y por el PSOE. No sólo sería un error estratégico, una falta de visión ante el cambio que se está produciendo en nuestro país, sino sería también un error moral.