El fiasco de las encuestas nuevamente ha sido mayúsculo. Después de pronosticar unos avances meteóricos de Marina Silva, que llegó a ser situada a la par, e incluso por encima, de la actual Presidenta Dilma Roussef, los hechos han demostrado la poca fiabilidad de ciertas técnicas demoscópicas, como las encuestas telefónicas realizadas con muestras insuficientes. En realidad, las encuestas telefónicas –y no digamos las efectuadas en la red– no permiten conformar auténticas muestras estadísticas aleatorias, contrastadas y supervisables. Lo que está dando lugar a que los vaticinios pre-electorales sean cada vez más erráticos, controvertidos y equivocados. Sin olvidar las instrumentalizaciones perpetradas en este terreno por determinados sectores con intención de influir en las orientaciones finales de los electores.
Aparte de tales sesgos y errores técnicos, los hechos están demostrando que los pronósticos electorales son cada vez más difíciles en los actuales contextos políticos, en los que existen muchos problemas complejos, bastante malestar ciudadano, una desconfianza creciente hacia los líderes políticos y, sobre todo, mucho miedo. Por ello, los pronósticos son progresivamente problemáticos, a medida que los electorados se hacen más volátiles y se ven influidos por más factores.
Brasil es un ejemplo más de estas tendencias que reflejan la ambivalencia en la que se encuentran muchos ciudadanos que se mueven entre la indignación y las reacciones críticas que les “pide el cuerpo” ante situaciones socio-laborales difíciles (plano de las emociones) y la comprensión de que para remontar verdaderamente los problemas actuales son necesarios candidatos y partidos que puedan –y sepan– gobernar con solvencia (plano de la racionalidad política).
Dilemas similares se están planteando en muchos países, en un marco general de progresiva inclinación de los electorados hacia posiciones de izquierdas. Hay que tener en cuenta, en este sentido, que en Brasil los dos principales candidatos de izquierdas han sumado en la primera vuelta nada menos que un 62% de los votos.
Por otro lado, la “remontada” final del candidato conservador, Aécio Neves, hasta llegar a sumar –en contra de los pronósticos– un 34,3% de las papeletas revela que la potencialidad del voto moderado y conservador no debe ser subestimada, por mucho que pueda aparecer un tanto desdibujada en las encuestas y en determinados entornos sociales.