Después de una campaña que ha sido escasamente ejemplar, los más agoreros han visto incumplidos sus pronósticos de una abstención que pudiera ser valorada como una desafección rotunda a la situación política actual. Aunque, desde luego, tampoco se han cumplido los pronósticos de instituciones antaño bastante solventes, como el CIS, que ha errado de una manera espectacular en su pronóstico de una participación superior al 70% y un empate técnico PSOE-PP. Equivocarse de manera tan abultada -¡nada menos que por 30 puntos de diferencia!– no contribuye ni mucho menos a prestigiar sus pronósticos, ni a validar la fundamentación científica de su proceder. Por otra parte, tampoco han acertado los Institutos de Sociología que estimaban –o apostaban por– un triunfo espectacular del PP con 5 ó 6 puntos de ventaja.
Repartiendo su voto de una manera relativamente equilibrada entre el PSOE y el PP y acudiendo a votar con poco entusiasmo, pero con unos índices de abstención similares a los de 2004, el electorado español ha emitido un doble mensaje: Por un lado, ha dejado de manifiesto que la campaña no ha sido adecuadamente motivadora (sobre todo para el electorado de izquierdas) y que los partidos en liza no se han merecido un respaldo más amplio. Y, por otro lado, han dejado claro que los resultados ni deben ser leídos en clave interna, ni pueden ser interpretados como un voto rotundo de castigo a Rodríguez Zapatero. Lo cual impide que estos comicios puedan ser instrumentalizados al servicio de un desgaste inapropiado y prematuro –¡estamos a mitad de legislatura!– del actual Gobierno. Lo cual resultaría bastante negativo en términos de estabilidad política y bastante inoportuno de cara a generar la confianza y la operatividad que la actual situación económica requiere.
De esta manera lo que queda claro es que el PSOE sufre un correctivo relativo en su posición, pese a todo el componente de desgaste que arrastra, especialmente debido a la crisis económica. A la vez que el PP ve frustradas sus expectativas de un voto de castigo espectacular a Rodríguez Zapatero, quedando en evidencia que por la vía de los atajos y los hostigamientos extremos no logra arrastrar suficientemente a los electores centristas y moderados.
Por su parte, los pobres resultados del IU –en regresión– muestran, una vez más, que esta formación no acaba de encontrar una posición y una vía adecuada. En tanto que el ligero avance (sólo un diputado) del Partido liderado por Rosa Díez parece indicar que existen espacios abiertos por el centro. La ausencia de escaños radicales nacionalistas en la representación española en el Parlamento Europeo es una buena noticia y una nueva llamada de atención sobre la necesidad de emprender sin ambigüedades la senda de las opciones democráticas pacíficas.
En definitiva, la victoria moderada del PP, por tres puntos y medio y dos escaños de ventaja sobre el PP (23 respecto a 21), no debiera alterar mucho el panorama político español, aunque los resultados son un serio aviso para el PSOE, que en esta ocasión ha perdido 700.000 votos respecto a las últimas elecciones europeas. Tales pérdidas evidencian que al electorado progresista ya no se moviliza suficientemente de manera reactiva a causa del miedo al PP. Lo cual exigirá mayores esfuerzos de carácter positivo e integrador, demostrando mayor capacidad técnica y planteando alternativas y propuestas claras que sean capaces de suscitar apoyos por su valor y su calidad en sí.
Los mayores respaldos que el PP ha obtenido en los territorios más afectados por escándalos de sus líderes no son una novedad, aunque no por ello deja de ser causa de estupor para cualquier observador nacional o internacional que crea sinceramente en la dignidad de la democracia y en el carácter ejemplar que debe tener el ejercicio de las responsabilidades políticas. Esta forma de “respaldo” en las urnas podría ser vista prácticamente como la versión moderna del viejo y lamentable “¡viva las cadenas!”, propio de la derecha más rancia, que actualmente tiene su traducción pintoresca en determinados líderes que no parecen sino querer emular el pésimo ejemplo de Berlusconi.
Los avances generales de la derecha en varios países muestran la falta de impulso y de proyectos atrayentes de la socialdemocracia europea, que parece resignada a quedar desdibujada y secundarizada, precisamente en un contexto en el que se hace más palpable la necesidad de enfoques socialdemócratas para salir equilibradamente de la crisis. En contraste con las necesidades del momento histórico y con las nuevas sensibilidades existentes entre el electorado, la socialdemocracia oficial parece rendida y agotada. De ahí los retos a los que deberá enfrentarse el grupo socialista español en el Parlamento Europeo, desde la fortaleza y la credibilidad de ser el partido socialista europeo que mejores resultados ha obtenido. Juan Fernando López Aguilar, que ha tenido un papel muy digno en la campaña, se ha comprometido en este sentido, y no podemos dejar de desearle éxito en tal empeño.