Una película que nace del texto de la novela “El animal moribundo” de Philip Roth, ese escritor despiadado, contundente, genial, que reacciona a las debilidades ajenas y no nos deja a mano ningún ancla que pueda salvarnos del naufragio que cree que es la vida.
Afortunadamente, adaptado el texto por Nicholas Meyer y magníficamente llevada a la pantalla por quién, sin duda, es hoy la mejor directora española de cine, Isabel Coixet.
No por ello, en la historia se deja de respirar en cada retazo ese perfume a derrota existencial capaz de redimir desde la renuncia o el perdón de las miserias humanas.
El argumento discurre desde David Kepesh (Ben Kingsley), un carismático profesor, que está orgulloso de seducir a alumnas deseosas de probar experiencias nuevas, sin embargo, nunca deja que ninguna mujer se le acerque demasiado. Pero cuando la hermosa Consuela Castillo (Penélope Cruz) entra en su clase, su barniz de protección se disuelve. Esta belleza de cabellos negros como el azabache le cautiva a la vez que desconcierta.
Coixet, en este juego de amores y seducciones, de fugacidad y contención recuerda al cine minucioso japonés. Domina a la perfección el gesto leve, la mirada evasiva y el pulso firme de su narrativa visual.
En esta historia se perciben los planteamientos firmes de su directora, y se engrandece el film gracias al pulso interpretativo de los actores Kingsley y Cruz, además de la presencia de Dennis Hopper con un personaje de los que dejan huella.
Algunos, queriendo quitar valor a este magnífico trabajo, han dicho que es de encargo. Pero esto, es un valor positivo en sí mismo. No es fácil que una compañía norteamericana ponga uno de sus mejores materiales en manos de una extranjera y le ofrezca un reparto de estrellas, sólo es posible cuando la maestría y la solvencia audiovisual han sido debidamente contrastadas. Y ese, es el caso de Isabel Coixet.
En su filmografía de atmósferas universales y de historias desgarradas conmueve, emociona y nos hace sentir vivos. Y porque no decirlo, remueve conciencias.