Frecuentemente llamado “el decano de los escritores del Oeste”, Wallace Stegner fue el fundador de una interesante escuela de escritura creativa en la que se formaron, entre otros, Sandra Day, Edward Abbey, Wendell Berry, Thomas McGuane, Ken Kesey o Gordon Lish. Los premios y galardones que recibió a lo largo de su vida son numerosos, destacando la Medalla de oro de la Commonwealth por “All the Little Live Things”, el Premio Pulitzer en el género de no ficción por “Angle of Repose”, y el Premio Kirsch de Los Ángeles Time por su trayectoria de trabajo.
Recientemente, Libros del Asteroide ha reeditado una de sus obras: “En lugar seguro”. Una novela de la emoción y de la razón que, no resulta arriesgado decirlo, figura entre las joyas literarias americanas más valoradas del siglo XX. Escrita a la venerable edad de setenta y ocho años, constituye una auténtica manifestación de talento y fuerza al final de una carrera literaria, y una pista inmejorable para el lector que desee caminar por el aliento narrativo y la sabiduría acumulada del escritor de Iowa.
“En lugar seguro” Stegner nos presenta la amistad que se desarrolla a lo largo de toda una vida entre dos matrimonios. Una pareja rica del Este –los glamorosos Lang-, y una pareja pobre del Oeste –los provincianos Morgan-. A través de ellas se esboza el variado tejido social de un país que con un ojo contempla su procedencia europea, y que con el otro se enorgullece de su pretendida singularidad. Cuando se conocen, allá por los tiempos de la Gran Depresión, ambas parejas son jóvenes, con niños pequeños y los maridos se están abriendo paso en la vida como profesores universitarios. La amistad entre los cuatro surge de manera intensa, pero detrás de esa intensidad se adivinan sutiles tensiones, atracciones, timideces, miedos, envidias, celos… Todo muy normal y, a la vez, muy revelador. A través de fiestas, vacaciones conjuntas y viajes, el conocimiento irá ahondando, y se ira desgranando su casi siempre morigerado dolor y las galas de su ocasional dicha.
La historia de esa amistad se narra en primera persona desde un reencuentro, cuando los protagonistas, personajes fascinantes por su cercanía, están llegando a la vejez y uno de ellos tiene un cáncer terminal. Se trata de una despedida, mejor aún, de un adiós a la vida que se convierte en el epitafio que permitirá, como en un negativo fotográfico, que el novelista alcance a ver a los demás, y a sí mismo, en su justa y dramática dimensión. Por eso, la historia se compone de recuerdos que van saltando nostálgicamente en el tiempo y en el espacio. Desde los desolados paisajes de Albuquerque en Nuevo México a las ricas, feraces y privilegiadas tierras de Nueva Inglaterra, sin olvidar la excursión por la vieja Europa.
Estamos ante una reflexión, intimista pero de resonancias universales, muy acertada sobre una gran amistad. Si, la amistad, esa planta tan difícil de mantener como el amor. Pero ¿cumplida o fallida? Uno no termina de estar seguro. Aunque la vida real es así de enigmática muchas veces. La amistad entre ellos ha tenido muchos problemas, pero han sido y siguen siendo buenos amigos a pesar de los pesares.
Y en el trasfondo de esa amistad, las historias de dos parejas, con sus amores, sus desgracias, sus incomprensiones. Dos maneras de amar, con sus momentos difíciles, con sus graves carencias, pero que la historia misma de ese amor ha ido asumiendo y superando. El final del relato resulta sobrecogedor. Una gran novela, dotada de una hondura psicológica sorprendente, que esconde una moraleja que Stegner expresa en los siguiente términos: “la amicitia dura más que la res publica y, al menos, tanto como el ars poetica”.